El matrimonio problemático del Duque vendado - Capítulo 93
La noche del baile de disfraces — Primera parte
Al regresar a la mansión, unos pasos ligeros y encantadores se acercaron para recibir a Lord Alfred.
“Bienvenido a casa, Lord Alfred.”
Solo con ver la sonrisa angelical de su amada esposa, todo el cansancio del día desaparecía.
Sin embargo, algo en ella parecía más inquieta de lo habitual.
“Sierra, ¿ha pasado algo bueno?”
“Fufu, ¿lo notó?”
Con una voz alegre y un brillo travieso en la mirada, Sierra le preguntó.
Por supuesto que lo notó.
Lord Alfred sabía perfectamente cuánto la amaba.
Solo con verla mirarlo así, una pradera de flores florecía en su mente.
El corazón que antes había sido tan frío como un invierno eterno ahora se sentía envuelto en una cálida primavera.
Pero si algo debía hacer feliz a Sierra, quería ser él mismo quien lo lograra.
Así que, ¿qué clase de buena noticia podía ser?
“Entonces, ¿qué ha sucedido?”
“Debe de estar cansado, Lord Alfred. Hablemos después.”
Diciendo eso, Sierra le quitó el abrigo con una sonrisa y comenzó a caminar alegremente delante de él.
Ciertamente no era apropiado tener una charla larga en el vestíbulo.
Mientras la seguía hacia sus habitaciones, Lord Alfred observaba cómo Sierra caminaba casi dando saltitos.
“¿Qué desea para la cena?”
“Comeré.”
Al oír su respuesta, Sierra fue a avisar a Gordon y salió del cuarto.
Después de cambiarse y descansar un poco, ella misma llevó la cena.
Había platos para dos.
Aunque Lord Alfred le había dicho que volvería tarde…
“¿Acaso no ha cenado todavía, Sierra?”
Tal como pensaba, Sierra asintió con la cabeza.
“Te había pedido que comieras antes.”
“Lo sé, pero tenía cosas que contarle, y además… quería comer junto a usted.”
Dicho con tanta dulzura, ningún hombre podría decirle que no.
Lord Alfred reprimió la sonrisa tonta que se le escapaba y negó con la cabeza.
“No, al contrario, me alegra mucho.”
“Entonces, Lord Alfred, comamos.”
Frente a frente, se sentaron a la mesa.
En ella había sopa de calabaza, pasta con abundantes setas y otros platos que reunían los sabores del otoño.
“Hoy, cuando salí al pueblo con Melina, escuché a unos artistas ambulantes hablar de algo,”
dijo Sierra con entusiasmo, apenas comenzando la comida.
“¿Ha oído hablar del festival llamado Halloween, Lord Alfred?”
“Ah, sí. Si no recuerdo mal, es una festividad extranjera en la que se honra a las almas de los muertos.”
“¡Como era de esperar de usted, Lord Alfred! ¡Sabe de todo!”
“No tanto. ¿Y qué hay con ese Halloween?”
“Dicen que durante ese tiempo los espíritus malignos también pueden aparecer en el mundo de los vivos, así que la gente se disfraza para ahuyentarlos. ¡Y cuando vi a esos artistas con tantos disfraces diferentes, me dieron ganas de probarlo! Bueno… en realidad quería ver a Lord Alfred disfrazado…”
El final de su frase fue tan bajito que apenas se entendió, pero Lord Alfred captó lo esencial: Sierra quería probar lo de los disfraces.
“Ciertamente suena divertido.”
Cuando Lord Alfred sonrió, Sierra levantó de golpe la cabeza y habló con entusiasmo.
“¡Entonces, Lord Alfred! ¡Hagamos juntos una fiesta de disfraces!”
Su entusiasmo fue tan repentino que Lord Alfred asintió casi por reflejo.
Al hacerlo, los ojos color arcoíris de Sierra brillaron de emoción.
“¡Qué alegría! En realidad, ya compré algunos trajes para disfrazarme de parte de esos artistas ambulantes.”
Sierra hablaba con tanta ilusión que Lord Alfred no pudo evitar sonreír.
(Realmente, con solo estar Sierra, mi mundo se vuelve más luminoso y alegre.)
Él, que antes no permitía que nadie se le acercara y se hundía en su propio desprecio, jamás pensó que podría reír así.
Mucho menos que, siendo el temido “duque vendado”, alguna vez participaría en una fiesta de disfraces.
Todo eso era gracias a Sierra.
Con ella, cualquier cosa podía ser divertida. Con ella, la felicidad era algo seguro.
“Estoy deseando que llegue la fiesta de disfraces.”
“¡Sí!”
La sonrisa de Sierra, tan brillante que casi cegaba, se dirigió a él.
Era pura felicidad.
Aunque, incluso si el disfraz que Sierra había preparado resultara ser algo tan vergonzoso que pusiera a prueba su dignidad…
Lord Alfred ya estaba completamente resignado a aceptarlo con una sonrisa.
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