El matrimonio problemático del Duque vendado - Capítulo 91
Deseando la felicidad de mi señorita
Una dulce y encantadora voz se oía desde el jardín.
Melina, algo nerviosa, apretó con fuerza el dobladillo del uniforme que vestía por primera vez.
—No te pongas nerviosa. En el futuro espero que sirvas como doncella, pero por ahora basta con que estés junto a esa niña como su amiga —
le dijo con una sonrisa amable Lady Listia, la esposa del conde Kurufelt.
Su sedoso cabello dorado se mecía con la brisa.
Pequeña y encantadora, Listia la trataba con la misma cercanía de siempre.
Los padres de Melina servían en la casa Kurufelt, y ella había nacido y crecido en los dormitorios de los sirvientes dentro de la propiedad.
La mansión Kurufelt era un lugar misterioso donde, sin importar en qué rincón estuvieras, siempre se escuchaba música.
Todos, influenciados por su señor, trabajaban alegremente tarareando melodías.
Melina esperaba con ilusión el día en que pudiera servir también a la familia Kurufelt.
Ese día había llegado: tenía diez años y era su primer día de trabajo.
Aunque la familia Kurufelt siempre trataba a los sirvientes con amabilidad, Melina no podía evitar sentirse tensa, incluso frente a la joven señorita con quien se cruzaba cada día.
—¡Ah! ¡Melina! ¡Madre! —
Sierra, que estaba practicando vocalización en el jardín, corrió hacia ellas con una sonrisa radiante en cuanto las vio.
—¡Lady Sierra! ¡Estaba en medio de su práctica! —
—Pero viniste a verme, ¿no? ¿Eh? ¿Qué pasa con esa ropa? —
Sierra, con expresión curiosa, lanzó pregunta tras pregunta.
La naturalidad de la niña hizo que Melina se relajara y sonriera.
—Sierra, ¿no hablamos de eso ayer? Melina estará oficialmente a tu lado como tu doncella desde hoy —
dijo Listia riendo con suavidad mientras la presentaba.
—Lady Sierra, a partir de hoy le ruego me trate con amabilidad —
Melina hizo una reverencia formal; su nerviosismo ya se había desvanecido.
—¿Entonces Melina estará siempre conmigo a partir de ahora? —
preguntó Sierra con ojos llenos de esperanza.
—Sí, desde ahora siempre estaré a su lado, Lady Sierra —
respondió Melina con una sonrisa.
Sierra, de apenas seis años, aún no había debutado ni en sociedad ni en el escenario.
Pero, como digna hija del conde Kurufelt, poseía un talento musical excepcional.
(Escuché al conde hablar sobre el debut musical de Lady Sierra… Seguro pronto estarán muy ocupados.)
Su hermana mayor, Belria, de ocho años, ya era miembro de la orquesta Kurufelt y participaba en conciertos.
A pesar de su corta edad, su habilidad con la flauta era digna de un adulto, y el conde Legato la presumía con un rostro de total adoración.
Las lecciones de Sierra estaban a cargo de los músicos de la orquesta, ya que Legato, ocupado con conciertos y eventos, rara vez podía instruirla directamente.
Listia, su madre, había adquirido conocimientos musicales al casarse en la familia Kurufelt, pero el talento era otro asunto.
Ella había decidido observar y apoyar la música de su familia desde fuera.
Melina, como servidora de la casa Kurufelt, también estudiaba los fundamentos de la música, aunque sabía que no podía compartir con Sierra la alegría de interpretarla juntas.
Sierra, en el fondo, deseaba tocar con Legato y Belria; seguramente se sentía sola practicando siempre por sí misma.
—¡Melina, te quiero mucho! —
La brillante sonrisa de Sierra, resplandeciente como el sol, se dirigía directamente hacia ella.
Solo por ver esa sonrisa de cerca, Melina se consideraba una persona muy afortunada.
Y juró que protegería esa sonrisa para siempre.
Aunque, en aquel momento, todavía no comprendía del todo lo milagroso que era que esa niña la mirara con esos ojos color arcoíris tan llenos de alegría.
◆
Afuera rugía una tormenta con lluvia y truenos.
Los vidrios temblaban y los árboles crujían con el viento.
—Uuuh… snif… —
Mientras abrazaba suavemente a la sollozante Sierra, Melina tenía sentimientos encontrados.
La amable Listia no solo había tenido un amorío con otro hombre, sino que además había huido con él.
Legato no la detuvo.
Al contrario, les dijo a sus hijas que su madre no tenía la culpa, que el culpable era él.
Melina no podía creerlo.
Pero quien había visto la infidelidad con sus propios ojos era Sierra.
Con cada vez más oportunidades de participar en conciertos, se había adentrado en el mundo de la música.
Pasaba más tiempo con la orquesta que con su madre.
Había conocido a Moritz, un buen rival, y se le veía feliz practicando a diario.
Aun así, Sierra solo tenía ocho años.
Todavía era una niña que deseaba ser abrazada por su madre.
Y aun así, reprimía ese deseo, esforzándose para que su madre se sintiera orgullosa.
Ni Listia ni nadie a su alrededor habían notado el cambio en su corazón.
Ni siquiera Melina, que la veía casi a diario, había sospechado nada.
Sierra lloraba pensando que había sido ella quien descubrió lo que su madre intentaba ocultar.
Aunque no era su culpa.
Y para colmo, esa noche el clima era atroz, como si reflejara la tragedia.
—Lady Sierra, todo estará bien. Su señora madre las ama. Cuando se calme, seguramente volverá a verlas —
No debía mostrar enfado, aunque lo sintiera.
Por eso, frente a Sierra, seguía llamando “la señora” a Listia.
Quien más sufría era la familia Kurufelt.
Una doncella no debía dejar que sus emociones agravaran el dolor de sus amos.
—Ojalá sea así… Amo mucho a mamá… —
—Sí. Cuando recupere la calma, estoy segura de que volverá —
Una madre no podría marcharse y dejar a un ángel tan adorable, pensó Melina, abrazando a Sierra con fuerza, intentando que los truenos y el viento no la asustaran más.
Pero entonces, otra desgracia cayó sobre la familia Kurufelt.
Días después de la tormenta, llegó una noticia.
—¡¿Listia… tuvo un accidente?! —
Al parecer, durante aquella tormenta, viajaba en carruaje rumbo a la tierra natal de su amante.
Legato planeaba divorciarse sin hacer pública la infidelidad, pero los rumores se difundieron rápidamente entre la nobleza.
Listia, temiendo por su reputación, debió pensar que no podía quedarse en la capital.
O quizá no soportó saber que su familia seguía tan cerca.
Aplastada por la culpa de haber traicionado a quienes amaba…
—¡No había necesidad de arriesgarse en un día así! —
Legato cayó de rodillas, destrozado. Aun sabiendo la verdad, la había amado profundamente.
Y entonces Melina escuchó lo impensable.
(¿Lady Listia… ha muerto?)
El carruaje en el que viajaba se precipitó por un barranco, arrastrado por el viento.
Un camino seguro en días normales, pero mortal durante una tormenta.
¿Cómo podría darle esa noticia a Sierra?
Ya había sufrido al verla marcharse; saber que había muerto la destrozaría.
El solo pensarlo le dolía en el pecho.
Sin saber cómo decirlo, Melina llevó leche caliente a su habitación.
—Lady Sierra, le he traído leche caliente. —
Pero al entrar, no hubo respuesta.
Pensó que estaría triste, incapaz de hablar.
Sin embargo, no estaba por ninguna parte.
—¡Es terrible! ¡Lady Sierra ha desaparecido! —
Gritó casi histérica, corriendo por toda la mansión.
◆
Aún hoy, al recordarlo, el pecho de Melina se encoge de dolor.
Buscaron a Sierra por toda la mansión y por toda la ciudad.
Por más que buscaron, no la hallaron. La desesperación se apoderó de todos.
Pero Sierra regresó.
Sin la luz en sus ojos.
—¿Sierra…? ¿No puedes ver…? —
Legato abrazó el pequeño cuerpo de su hija, con manos temblorosas.
—Padre… lo siento por haberte preocupado… —
Sierra cayó enferma por un resfriado, pero asistió al funeral de Listia.
No lloró.
Nunca dijo qué había pasado durante su desaparición.
Solo mencionó que la había salvado una amable voz de luz.
Desde entonces, Sierra sonreía incluso más que antes.
Pero Melina no podía dejar de preocuparse.
—Lady Sierra, no tiene que forzarse a sonreír —
le dijo una vez, incapaz de contenerse.
—Antes no sabía por qué cantaba, pero ahora sí lo sé. Canto porque quiero hacer felices a las personas que amo. Quiero cantar desde el corazón una canción que sea luz para alguien. Por eso, quiero seguir sonriendo siempre mirando hacia adelante —
Porque así, sentía que podría volver a encontrarse con aquella persona.
Quizá la preocupación de Melina era innecesaria.
Sierra tenía un corazón más fuerte de lo que nadie imaginaba.
Aquello había sido el punto de inflexión.
Y la respuesta se revelaría años después.
—¡Lord Alfred! —
—Lo siento, es que Sierra es demasiado adorable… —
—¡Eso no vale! —
Otra vez, los recién casados estaban coqueteando.
Sierra golpeaba débilmente el pecho de Lord Alfred, el duque vendado, con el rostro encendido.
Sin causarle ningún daño, claro.
(Pero qué alivio… me alegra tanto verla feliz.)
Aun estando siempre a su lado, Melina nunca había podido tocar la herida del corazón de Sierra.
Pero gracias a Lord Alfred, ella brillaba de nuevo, mostrando mil expresiones distintas.
El rostro de una mujer enamorada jamás cansaba de mirar.
—¡Melinaaa! —
Sierra, vencida por la voz profunda de Lord Alfred, buscó refugio en su doncella.
Melina sonrió y tomó su mano.
—Mi lord, por favor, modérese al molestar a su esposa. —
—Ah… lo siento. —
Lord Alfred se rascó la cabeza con aire culpable.
—Y usted, mi lady, si cada vez que él le habla se desmaya, no le espera un futuro fácil. —
—Ugh… —
Sierra, ruborizada, se escondió tras Melina.
—No podrá usarme de escudo por mucho tiempo, ¿sabe? —
Ante sus palabras, Sierra sonrió radiante.
Ver reflejada en sus ojos color arcoíris la hacía estremecer de emoción.
Todo eso era gracias a Lord Alfred.
Solo con observarlos se entendía que era verdad.
Por eso, Melina confiaba plenamente en dejarla a su cuidado.
Desde aquel día de hace diez años, supo que la luz que había guiado a Sierra era Lord Alfred.
(Aun así… no dejaré que le arrebate tan fácilmente a mi querida señorita.)
Melina tiró suavemente de la mano de Sierra y se la llevó consigo.
Hasta ahora, su única señora había sido ella.
Pero de ahora en adelante sería distinto.
Lord Alfred, quien había devuelto la sonrisa de Sierra, también era ahora su amo.
Ya no era doncella de la casa Kurufelt.
Como sirvienta de la casa ducal Besqueler, Melina deseaba servir de todo corazón a los dos.
Y eso, para ella, era la verdadera felicidad.
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