El matrimonio problemático del Duque vendado - Capítulo 9

Capítulo 9 – El mayordomo leal

El desayuno consistía en pan bien tostado, una cálida sopa de calabaza y una naranja agridulce.

Por las mañanas, al no haber cocineros residentes, era obra del propio mayordomo Gordon.

En la mansión del amo, que odiaba la compañía de otros, el único que trabajaba como residente era el propio mayordomo.

Había algunos sirvientes empleados por jornada para hacer tareas menores, pero, al parecer, solo entraban cuando el amo estaba ausente, para no cruzarse con él.

Toda la gestión de esos sirvientes estaba a cargo de Gordon.

—Gracias por la comida.

Aunque el desayuno estaba delicioso y Sierra se sentía satisfecha, la felicidad que había sentido hasta hace un momento se había desinflado un poco.

(¿Dónde estará Lord Alfred?)

En el comedor, Alfred no estaba.

De hecho, le dijeron que Alfred no se encontraba en la mansión en ese momento.

—Señorita Sierra, si lo desea, podría llevarla al salón de música.

Gordon, con voz amable, le habló a Sierra, que parecía cabizbaja.

Ante la palabra “salón de música”, las orejas de Sierra reaccionaron con sensibilidad.

—¡Oh! ¿Hay un salón de música?

Su rostro se iluminó de inmediato.

Hasta ahora, había pasado sus días inmersa en la música.

Si Alfred estuviera presente, Sierra sentía que podría vivir sin música… pero en realidad, la vida sin música era un poco solitaria.

—En realidad, esta mañana temprano, Lord Alfred me dijo: “Puede que no sea algo que satisfaga a una persona de la familia Kurufelt, pero si parece aburrida… llévala allí.” Ah… aunque ahora que lo pienso… se suponía que no debía contarle esto a la señorita Sierra. ¡Qué vergüenza! He desobedecido las órdenes de mi amo…

Gordon fingía lamentarse de manera teatral por haber roto la promesa.

—Jejeje, está bien. Haré como si no hubiera escuchado nada.

Mientras intentaba calmar a Gordon, Sierra no podía evitar que sus mejillas se relajaran en una sonrisa.

(¡Ah… Lord Alfred! ¡Qué persona tan amable…! Ojalá pudiera haber escuchado esa voz directamente…)

Sierra no entendía por qué nadie había notado nunca la amabilidad de Alfred.

Seguramente, Alfred era simplemente extremadamente torpe para expresarse y muy tímido.

Sierra estaba convencida de ello.

Y Gordon… lo entendía muy bien.

Él era la única persona en quien confiaba el Alfred que no dejaba acercarse a nadie. Sierra lo envidiaba mucho por eso.

—Señor Gordon… ¿ha servido siempre a Lord Alfred?

Mientras seguía a Gordon, que la guiaba hacia el salón de música, Sierra le preguntó.

—Señorita Sierra, soy solo un mayordomo. Por favor, llámeme simplemente Gordon.

Asintiendo ante sus palabras, Gordon comenzó a hablar lentamente, como recordando con nostalgia.

—Cuando vine por primera vez a esta mansión, apenas era un adolescente, solo un sirviente de bajo rango. Fui favorecido por el señor Sendrick, el padre de Lord Alfred, y llegué a ser su asistente personal, hasta que me confiaron el manejo de la mansión como mayordomo. Los miembros de la familia Besqueler eran todos personas amables y cálidas, de verdad los quería mucho. Y cuando nació Lord Alfred, el heredero, la mansión se volvió aún más alegre.

Gordon llevaba más de cincuenta años al servicio de la familia Besqueler.

Sabía que esta mansión, que ahora era oscura y solitaria, antes había sido un lugar brillante y lleno de calidez.

Y eso mismo valía para Alfred.

Que una persona de corazón tan bondadoso como Alfred evitara a los demás y mostrara una actitud fría… era algo que tenía su causa.

La expresión “la tragedia de la casa Besqueler” cruzó por la mente de Sierra, haciéndole sentir un nudo en el pecho.

Diez años atrás, la familia Besqueler construyó un barco por orden del rey.

Aquel barco tenía un papel crucial para establecer relaciones diplomáticas con un país extranjero.

Pero durante la ceremonia de botadura, que también servía como presentación oficial para el rey, ocurrió la tragedia.

En medio de los aplausos y vítores por el magnífico barco… este explotó en un estallido y se hundió en el mar.

Llevándose consigo a todos los miembros de la familia Besqueler que estaban a bordo…

Cinco años después… Alfred apareció en la alta sociedad como el único superviviente de la “tragedia de la casa Besqueler”.

Al principio, se rumoreaba que su apariencia vendada era debido a terribles quemaduras sufridas en el accidente.

Pero con el tiempo, la gente empezó a decir que era una farsa, y que las vendas eran solo para ocultar su verdadera identidad.

La “tragedia de la casa Besqueler” era una historia bien conocida en la alta sociedad.

Por eso… Sierra también la conocía.

Pero lo que decían los demás variaba mucho, y la verdad… era algo que no estaba claro.

Para Sierra… lo importante no era la verdad… sino el corazón de Alfred.

Él, como víctima directa de la tragedia, debía ser el que más sufría… y sin embargo, nadie parecía preocuparse por el “Duque Vendado”.

Sierra había sido salvada por Alfred… justamente hace diez años.

Apenas había pasado medio año desde aquella tragedia.

A pesar de su propio dolor… Alfred la había ayudado.

—He estado al servicio de Lord Alfred desde que nació… y aún hoy… pero… incluso estando tanto tiempo a su lado, hay cosas que no puedo aliviar.

Diciendo eso, Gordon se detuvo.

Sierra también se detuvo, siguiendo sus pasos.

—Señorita Sierra, Lord Alfred tiene un aspecto que da lugar a muchos malentendidos… pero nunca ha sido una mala persona. Solo… es difícil de entender. Por favor… siga estando a su lado.

Por el sonido de su ropa y la posición de su voz, Sierra entendió que Gordon estaba haciendo una reverencia.

Gordon, seguramente preocupado de que la novia del “Duque Vendado”, que había llegado por orden real, se asustara y huyera, le hablaba así.

Sierra, apresurándose, fue hacia él, y sonriendo dulcemente al amable mayordomo que tanto pensaba en su amo, le respondió:

—Yo… amo de corazón a Lord Alfred. Incluso si trata de echarme… no tengo intención de apartarme de su lado.

Sierra ya había decidido no dejar solo a Alfred.

Además… le había prometido al rey que sería su aliada.

Quería hacerlo feliz.

Ese era el deseo… y la felicidad… de Sierra.

—¡Ah… qué maravilloso! ¡Nuestro amo es verdaderamente afortunado! Si alguien intentara expulsar a la señorita Sierra… ¡Yo, Gordon, lo impediría con todas sus fuerzas!

Gordon le tomó la mano, y juntos asintieron con firmeza.

Viendo esa escena, Merina, que los observaba desde atrás, suspiró profundamente.

—…El problema es que quien intenta echarla… es el propio Lord Alfred…

Pero eso… era algo que ambos sabían muy bien, sin que nadie tuviera que decirlo.

Con un inesperado aliado a su favor, Sierra rebosaba de buen humor.

Y así, llena de alegría, puso un pie dentro del salón de música.