El matrimonio problemático del Duque vendado - Capítulo 89

Epílogo

Ante el castillo real aguardaba una carroza, y avanzaban los preparativos para la partida.

A despedir al matrimonio del duque Besqueler acudieron en persona el príncipe heredero y la princesa.

—Duque Besqueler, siento haberte ocasionado tantas molestias. Si, al regresar, Su Majestad Zylac tuviera algo que reprochar, iré yo mismo a explicarle la situación.
—Agradezco vuestra consideración. Sin embargo, me atrevo a pensar que Su Majestad Zylac no hará de esto un problema.
—Ojalá sea así…

Edward, ocupado con los trámites posteriores al incidente, esbozó una sonrisa como de quien por fin se ha liberado de un peso.

Después de aquello, por fin había podido hablar con Isabella —incluyendo el asunto de su vida anterior— como hermanos. Agradeció que, de no haber sido por Alfred y Sierra, Isabella no habría contado nada sobre su vida pasada.

Jamás pensó que, como prueba de amistad, le otorgarían una condecoración; gracias a ello, Alfred recibió de Zylac las palabras: “Bien hecho”. Es de suponer que también pasará por alto la ruptura del compromiso.

—Señora Sierra, de verdad… eso… gracias…

Con el corazón todavía enredado entre culpa, remordimiento y arrepentimiento, Isabella, titubeando, transmitió a Sierra su gratitud.

—Lo mismo digo. Lady Isabella, hagamos otra vez una reunión de té, ¿sí?
—S-sí. Para entonces, llevaré un té de rosas cultivadas por mí.
—¡Me hace muchísima ilusión! Las rosas de Lady Isabella son preciosas.

Sierra tomó la mano de Isabella con una sonrisa radiante. No había en ello ni una pizca de malicia.

—Después de lo ocurrido, que aún puedas alegrarte por mis rosas… realmente eres una persona… peculiar.
—Porque, al final, todo depende del corazón. Confío en que Lady Isabella ya no volverá a teñir de odio esas hermosas rosas.
—Me alegra haberte conocido.
—Yo también me alegro de haber conocido a Lady Isabella.

Fue una luna de miel llena de problemas, pero no todo fue malo.

Pudieron conocer facetas del otro que ignoraban, y el lazo conyugal se hizo aún más profundo.

El objetivo de Sierra para la luna de miel estaba cumplido. Si bien, visto el tiempo de estancia, el lapso que pasaron juntos fue breve, las horas de paseo a solas fueron de una intensidad abrumadora.

—Y además…

(Esa escena no la olvidaré jamás.)

La confesión en la costa de Wirina, teñida de naranja.

Aún ahora, en el anular izquierdo de Sierra, brilla la alianza de bodas.

Cada vez que la mira, recuerda las palabras de Alfred y no puede evitar que se le dibuje una sonrisa.

Sierra puede decir de corazón que fue una bendición haber ido al Reino Ronatia.

La carroza en la que viaja el matrimonio del duque Besqueler, despedida por el príncipe y la princesa, partió con rumbo al Reino Vanzell.

—Lord Alfred. Nuestro primer viaje… fue muy divertido, ¿verdad?

Sierra se acurrucó contra el hombro de Alfred, sentado a su lado.
Y, con el corazón palpitando, se preguntó si no habría sido demasiado atrevida.

—Sí. Pero ya he tenido suficiente de viajes llevando encargos secretos de Su Majestad. Cuando estoy con Sierra, quiero pensar solo en Sierra.

Con un tono levemente mohíno, Alfred abrazó los hombros de Sierra.
Al estrecharse más, aquella voz grave y dulce no solo le calentó los oídos, sino todo el cuerpo.

—Volvamos a viajar los dos. La próxima vez, a un lugar donde nada nos estorbe.

Al depositarle un beso en la cabeza, Sierra creyó que el corazón se le detenía.
Aun siendo ya marido y mujer, y habiendo tenido momentos dulces, seguía sin acostumbrarse.

Tomando la mano izquierda de Sierra, Alfred dejó escapar una leve risa.

—Sierra. Cuando regresemos a Liebelt, hagamos la ceremonia de bodas.

A esas palabras, Sierra alzó el rostro de golpe.
Por moverse tan bruscamente, se golpeó de lleno con la barbilla de Alfred.

—¡Ah…! Lo siento, ¿estás bien?
—No hay problema.
—E-esto… ¿no oí mal, verdad? Eso de… “hagamos la ceremonia de bodas”…

Sería imposible que Sierra oyera mal algo dicho por Alfred.
Pero, como no lo esperaba en absoluto, necesitó confirmarlo.

Alfred asintió para tranquilizarla.

—Aunque se salga del orden correcto… lo he lamentado desde entonces. Aquel día en que viniste a mí, debí mirar mejor tu figura de novia. Y además, quiero que juremos ante Dios que somos un matrimonio que se ama.

La felicidad le colmó el pecho, y la vista se le nubló suavemente con lágrimas.

—Es un capricho mío; si a Sierra no le gusta—
—¡Ya, Lord Alfred, qué travieso! ¡Cómo va a disgustarme!
—Me alegra oírlo. No sabes cuánto me entusiasma imaginar lo hermosa que te verás de novia otra vez. Para eso, debemos ir cuanto antes a presentar nuestros respetos al conde Kurufelt.

Con que Alfred la amara le bastaba; y aun así, él se empeñaba en tratarla como a una esposa en toda regla.
La familia, los anillos, la ceremonia…
Todo eso la hacía sentir feliz, dichosa, y aumentaba aún más su amor.

—¿Qué voy a hacer, Lord Alfred? Puede que sea la esposa más feliz del mundo.
—Qué coincidencia. Yo también soy el marido más feliz del mundo.
—Je, je, je. Entonces, somos el matrimonio más feliz del mundo.

Se miraron a los ojos, y Sierra mostró una sonrisa rebosante de dicha.

—Sí. Y algún día, pienso convertirnos en la familia más feliz del mundo.

Alfred curvó los labios con intención.
Unos segundos después, al comprender Sierra el sentido de esas palabras, se ruborizó hasta las orejas.

Así, terminó sin contratiempos la luna de miel plagada de sobresaltos, y el matrimonio del duque Besqueler regresó a su feudo de Liebelt envuelto en un ambiente completamente dulce.