El matrimonio problemático del Duque vendado - Capítulo 8

Capítulo 8 – Un regalo inesperado

—Ah… Quiero ver a Lord Alfred…

Le habían dicho que regresara a su casa, pero incluso esas palabras eran, para Sierra, una felicidad suprema.

Además, más que ser evitada, recibir insultos… era mucho mejor, porque así al menos podía escuchar su voz.

(¡Ah… quiero que me grite con esa voz grave…!)

Cuando Sierra suspiraba embelesada, Merina levantó la voz.

—Disculpe, señorita Sierra… hay una caja larga junto a la cama. No recuerdo que viniera en los envíos desde la casa Kurufelt…

Ante las palabras de Merina, Sierra también asintió. No recordaba haber traído ninguna caja alargada.

—¿Podrías revisar qué es?

Tras decir eso, notó que Merina se alejaba.

Se oyeron ruidos de búsqueda cerca, y luego los pasos de Merina se acercaron nuevamente.

—Señorita, por favor, escuche esto con calma…

Con esa advertencia previa, Sierra esperó en silencio para escuchar lo que seguía.

—Dentro de la caja… hay un bastón blanco. Además, tiene incrustada una joya iridiscente, muy parecida a los ojos de usted… y, aunque no entiendo por qué… parece ser un regalo de Lord Alfred.

Al escuchar esas últimas palabras, era imposible que Sierra se mantuviera tranquila.

Sin pensarlo, saltó y corrió hacia donde estaba Merina.

Antes de que Sierra pudiera llegar, Merina le extendió la mano.

Apretando con fuerza la mano de Merina, Sierra preguntó emocionada:

—¿D-De verdad? ¿Es de Lord Alfred?

—Sí. Ah… aquí hay una tarjeta de mensaje.

—¡Kyaaaa! ¡Léela, léela!

Al ser instada por Sierra, Merina leyó en voz alta el mensaje:

«Lo siento, pero no puedo caminar contigo por la mansión. Sin embargo, también sería un problema si te lastimaras caminando sola. Si no tienes intención de marcharte… usa esto.»

Aunque parecía rechazarla, el contenido mostraba que se preocupaba por ella. Al escuchar esas palabras, Sierra sintió un deseo inmediato de ir a ver a Alfred.

Ya era su esposa, aunque solo fuera en los papeles.

Al menos… un saludo de buenos días debía estar permitido.

—¡Merina, el bastón! ¡Debo ir a darle las gracias a Lord Alfred!

Con una sonrisa radiante, Sierra recibió el bastón de manos de Merina.

Era delgado, agradable al tacto y, sobre todo, ligero y fácil de sostener.

—¿Por qué será que… es tan perfecto para mí?

La longitud del bastón encajaba perfectamente con su baja estatura.

Era como si hubiera sido hecho a medida para ella.

(¿Acaso…?)

La posibilidad que se le ocurrió la llenó de tanta felicidad… que casi se echó a llorar.

El Reino de Vanzell era una nación de arte.

Y la familia ducal Besqueler era una antigua casa que apoyaba a la familia real desde la fundación del reino.

Su apoyo no era solo político… sino también en el campo del arte.

La construcción del actual castillo real y el diseño de las calles de la capital, Vanzell, fueron obra de los Besqueler.

En la familia Besqueler, el talento para la arquitectura, la escultura y otras formas de creación se heredaba de generación en generación.

Nunca había oído que Alfred hubiera hecho algo… pero si también había heredado el talento de su familia, hacer un bastón en una sola noche no sería nada difícil para él.

—Pero… no puede ser… ¿De verdad? ¿Lord Alfred hizo este bastón para mí? ¡Uwaaaah! ¿Qué hago, Merina?

Abrazando el que ella ya consideraba sin duda el “bastón hecho por Alfred”, Sierra comenzó a cantar y a bailar de la alegría.

—Señorita Sierra, por favor, cálmese. Ya casi es hora del desayuno. Tal vez pueda verlo allí.

Al escuchar la voz de su doncella, Sierra recobró la compostura.

Sosteniendo con cuidado el bastón que recibió de Alfred, lo apoyó suavemente en el suelo.

Apuntó el bastón en la dirección hacia la que caminaría, comprobando la presencia de obstáculos.

Mucho más seguro que caminar tanteando a ciegas.

—Lord Alfred siempre… me guía…

Con una sonrisa, llena de felicidad, Sierra se dirigió al comedor.

Sin tomar la mano de Merina… apoyándose solo en el bastón que Alfred le había dado.