El matrimonio problemático del Duque vendado - Capítulo 60
Capítulo 20 – El vacío en el corazón
Un dulce aroma a rosas.
Debían de haber colocado rosas cerca del lecho.
Sierra abrió lentamente los ojos.
No había nadie a la vista.
Sin embargo, desde la habitación contigua se oían voces apagadas.
«…Ese hombre no ama a Sierra. La abandonó el Duque Vendado.»
«Lord Moritz, por favor, deténgase. Lady Sierra está descansando aquí al lado.»
«La pérdida de memoria de Sierra es culpa de ese hombre. No puede ser feliz con alguien así. Y que se retire tan fácilmente… ¿no crees, Melina, que eso también es lo peor?»
«Eso es…»
Las voces eran de Moritz y Melina.
El médico ya lo había dicho: parte de los recuerdos de Sierra se habían perdido.
Ella aún no terminaba de asimilarlo, pero al despertar, no pudo reconocer al hombre que estaba junto a su cama.
Un hombre de cabello dorado y ojos como el mar, de facciones hermosas.
Alguien a quien había olvidado, y que seguramente había herido mucho con ese olvido.
(…¿Por qué, cuando intento recordarlo, siento este dolor en el pecho?)
El corazón se le apretaba con fuerza.
Y para que no pensara más, un dolor punzante le golpeaba la cabeza.
El médico le había advertido: no era bueno forzarse a recordar.
Había dicho que la causa estaba en su corazón.
Moritz aseguraba que el origen de todo era aquel hombre.
Y Melina tampoco lo negaba.
Al parecer, habían llegado al Reino de Ronatia en viaje de novios.
Quizá allí se habían visto envueltos en algún problema.
Pero nadie le decía qué había pasado cuando perdió el conocimiento.
Era como si en su corazón se hubiera abierto un agujero, y la inquietud no la dejaba en paz.
Recordaba su nombre, a su familia, su canto… ¿entonces por qué se sentía tan desamparada?
«En momentos así… tengo que cantar.»
Sierra se incorporó del lecho y respiró hondo.
Llenó sus pulmones de aire, y lo dejó salir lentamente.
Verde abundante y cielo azul se divisaban por la ventana.
¿Qué canción cantar?
Cerró los ojos, dispuesta a tararear una melodía.
«…¡—!»
Una extraña sensación recorrió su cuerpo.
No era su canto de siempre… o, mejor dicho, ¿cómo era su canto de siempre?
Al no poder cantar, la confusión le quitó fuerzas.
«¡Sierra!»
Moritz entró al oír el ruido y se apresuró a sostenerla.
(Estas manos… no son las suyas…)
Sierra, de manera instintiva, apartó las manos que la tocaban.
«¿Sierra, estás bien?»
«S-sí… Perdón, solo me sorprendí.»
«¿Qué ha pasado?»
Aunque Moritz solo mostraba preocupación, algo en su corazón se agitaba.
«…No es nada.»
«Ya veo. Aún debes estar confundida. Descansa tranquila.»
La condujo de nuevo hasta la cama.
«Sierra. Aunque lo hayas olvidado, el hombre con el que te casaste es temido como el Duque Vendado. Ese hombre jamás te amó de verdad. Solo quería poseer a la cantante bendecida por Musearia… Y porque no te valoraba, olvidaste tu matrimonio tan fácilmente. No eras feliz con él, por eso lo borraste de tu memoria.»
Sierra escuchaba en silencio.
Con Melina ausente, no tenía forma de comprobar si lo que decía Moritz era cierto.
Pero, de pronto, comprendió el origen de la extrañeza que sentía.
«Moritz, sé que te preocupas por mí. Pero no… Yo creo que ese hombre sí me amaba de verdad.»
Porque el rostro que vio al abrir los ojos era auténtico.
Mostraba preocupación, y alivio al verla despertar.
Y lo primero que pronunció fue una disculpa.
Una disculpa llena de consideración hacia ella.
«Sierra, te está engañando. Cuando vea que no le sirves, te abandonará. No tienes por qué recordar nada de él. Déjalo en el olvido. Yo… solo quiero protegerte.»
«Pero…»
«Sierra, yo te he querido desde siempre. Más que ese hombre. Te entiendo mejor que nadie y sabré cuidarte. Ven conmigo, volvamos juntos al Reino de Vanzell.»
Sus ojos hablaban en serio.
Sierra nunca había visto a Moritz con esa expresión.
(¿De verdad… desde siempre… Moritz me había amado?)
Nunca lo había notado. Estaba demasiado atrapada en su primer amor.
Y entonces se dio cuenta.
Que incluso esos recuerdos de su primer amor habían desaparecido.
«…Lo siento.»
Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas, oprimiéndole el pecho.
Algo que debía ser tan valioso para ella…
«No te pido que decidas ahora. Pero piensa en mí, aunque sea un poco.»
Moritz enjugó sus lágrimas con ternura y le sonrió.
Su afecto era innegable.
Sierra lo quería, sí.
Pero solo como amigo de la infancia.
No era ese amor que dolía de tan intenso, ni esa dicha cálida que parecía derretirla.
(Siento que he conocido un amor tan grande que me duele de felicidad…)
Pero lo había perdido. Y como cantante, era un fracaso.
Su voz siempre reflejaba su corazón.
¿Cómo había podido cantar hasta ahora?
Por mucho dolor que hubiera sufrido, siempre había seguido adelante.
¿De dónde había salido aquella fuerza?
Ahora ya no podía sonreír como antes.
Y aun así, no quería preocupar más a Moritz.
«Gracias.»
Sierra esbozó una sonrisa torpe.
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