El matrimonio problemático del Duque vendado - Capítulo 6
Capítulo 6 – Un cuerpo maldito.
—…La noche es fría. Ve y duerme ya.
Diciendo eso, Alfred levantó a Sierra en brazos.
Si seguían discutiendo allí, sus cuerpos se enfriarían.
Alfred decidió llevarla a la fuerza a la cama.
Sin embargo, en cuanto la tocó, se arrepintió de inmediato.
El cuerpo que sostuvo era mucho más suave de lo que imaginaba, y desprendía un dulce aroma.
A pesar de que su rostro no podía verse bajo las vendas y que Sierra no se daría cuenta, Alfred se esforzó por mantener una expresión seria y vaciar su mente.
—Haré todo lo posible por no ser una molestia para usted, Lord Alfred, así que… por favor, permítame estar a su lado.
Ignorando la voz de Sierra que le llegaba desde atrás, Alfred cerró la puerta del dormitorio.
(Esta situación… es realmente muy peligrosa…)
Alfred, cubriéndose la boca que amenazaba con relajarse, intentó controlarse.
Alejado del afecto, hambriento de cariño… para Alfred, Sierra era como una droga.
Si se permitía probarla una vez, sabía que no podría escapar fácilmente de ella. Era una presencia peligrosa.
Aunque acababan de conocerse, el veneno dulce de Sierra ya comenzaba a invadirlo.
(Esa expresión… es una trampa.)
Sierra era demasiado adorable. Tanto, que fácilmente destruía la armadura que protegía el corazón de Alfred.
Aunque se esforzaba por ser cruel para que ella lo odiara, con solo ver esa sonrisa no podía rechazarla de verdad.
Al contrario, sentía unas inmensas ganas de consentirla y mimarla hasta el extremo.
Cuánto tembló su corazón al verla suplicando quedarse a su lado.
Nunca antes había tenido estos sentimientos.
Haberle confesado un “me gustas”, y sentir el pecho arder por ello… también era la primera vez.
Sin embargo… olvidar todas las ataduras que lo rodeaban y vivir junto a Sierra… era imposible.
—Porque… yo soy un cuerpo maldito…
Saliendo de la habitación de Sierra, Alfred desató ligeramente las vendas de sus dedos.
Donde deberían estar sus dedos… no había nada visible.
Aunque se le pudiera tocar, el cuerpo de Alfred no podía ser visto por nadie.
Alfred era un “hombre invisible” maldito.
Para que la gente a su alrededor pudiera reconocer la existencia de su cuerpo invisible, Alfred se envolvía en vendas.
Pero no eran vendas comunes, sino vendas que le había dado una bruja.
Su cuerpo maldito hacía que incluso aquello que tocaba también pareciera volverse invisible.
Por eso, la bruja creó unas vendas especiales para Alfred, capaces de suprimir esa maldición.
La bruja, que ya no existía en este mundo, usó hasta su última fuerza para crear esas vendas especiales.
En el continente, hasta hace varios miles de años, existieron brujas.
La que Alfred conoció fue una anciana que había sobrevivido en solitario, mientras las brujas desaparecían lentamente en el paso de un tiempo demasiado largo.
Tal vez, por verse reflejada en la figura de Alfred, el único superviviente de la “Tragedia de la Casa Besqueler”, aquella bruja fue amable con él.
—Guriera… Lo siento. Yo no necesito la felicidad…
Recordando la imagen de aquella bruja que lloró por él diciendo “lo siento”, Alfred suspiró.
La caza de brujas, una cruel historia, llenó de odio a las brujas hacia los humanos, odio que se convirtió en una maldición que habitó cierto bosque.
La gente llamó a ese bosque “El Bosque Maldito” y prohibió su entrada.
Incluso tras la fundación del Reino de Vanzell, la maldición del bosque siguió existiendo.
Guriera, dolida por el legado negativo que dejaron las brujas, sufría.
Aunque quisiera deshacer la maldición que impregnaba el bosque, no podía hacerlo sola.
Sin embargo, como la última bruja, Guriera tampoco podía alejarse del bosque donde podía sentir la presencia de sus semejantes.
Alfred conoció a Guriera cuando ella ya estaba al borde de la muerte.
Se sorprendió al saber que aún vivía una bruja, pero le sorprendió aún más que Guriera se preocupara por él y, con su magia, creara las vendas para él.
Seguramente fue su manera de expiar la culpa por la maldición que dejaron las brujas.
Sin embargo… quien entró en ese bosque prohibido fue Alfred, por decisión propia.
Aun así… ¿por qué todos le decían que debía ser feliz?
Le alegró que le confesaran su amor… pero Alfred no tenía derecho a la felicidad.
Jamás llegaría un día en que pudiera perdonar al yo de hace diez años.
Los recuerdos que quería olvidar volvieron, y Alfred, con fuerza, deshizo las vendas enrolladas en su cuerpo.
Al deshacerse las vendas, Alfred desapareció en la oscuridad.
En el pasillo oscuro de la mansión… solo las vendas blancas flotaban sobre el suelo.
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