El matrimonio problemático del Duque vendado - Capítulo 52

Capítulo 12 – La razón por la que la esposa se enoja

—Vaya… Lord esposo, ¿qué ha hecho usted…?

—No importa. Cuando Lord Alfred despierte, lo entenderá todo.

En medio de su sopor, Alfred oyó vagamente una conversación.

(Me duele la cabeza…)

Con la mente cada vez más despierta, Alfred intentó comprender por qué su cuerpo se sentía tan pesado.

Entonces recordó que durante su conversación secreta con Edward, se habían abierto unas diez botellas de vino tinto.

Frente a Edward, se supone que no perdió la razón…

Pero como estaban en su luna de miel, le preguntaron sobre Sierra, y Alfred se había dedicado a hablar incansablemente sobre lo adorable que era su esposa.

Cuando Edward se rindió ante los halagos empalagosos, Alfred fue liberado.

Y ahí empezó el problema.

Tras salir del cuarto de Edward, regresó guiado por los sirvientes hasta su habitación, y en cuanto vio el rostro de Sierra, sintió un enorme alivio, y todo el alcohol comenzó a circular por su cuerpo.

Su autocontrol, hasta entonces contenido, se desmoronó.

(Empujé a Sierra en la cama y luego… ¿qué pasó? No lo recuerdo.)

Al recordar la breve conversación entre Sierra y la sirvienta Merina, Alfred se puso nervioso.

Era lo peor.

Llevar a Sierra a la cama por la fuerza cuando ella solo quería ayudarle a despejarse…

¿La habría atacado sin su consentimiento?

Trató de hacer memoria, pero no podía recordar nada.

Le dolía la cabeza y tenía la garganta completamente seca.

Aunque no lo recordara, lo primero era disculparse con Sierra.

Alfred tomó una decisión y se incorporó.

—…Ah, buenos días, Lord Alfred.

Sierra, con su agudo oído, notó el leve roce de las sábanas y se dio cuenta de que Alfred había despertado.

Su voz era tan alegre como siempre, pero su mirada temblaba de manera inusual.

Desde atrás, Merina le dirigía una mirada claramente acusadora.

—B-buenos días…

La culpa le impidió saludar de forma natural.

—Lord Alfred, tome.

Sierra le ofreció un vaso de agua.

—Gracias, me salvas.

—No es nada. Imaginé que lo necesitaría.

Sierra le sonrió dulcemente, pero Alfred se sentía cada vez más avergonzado.

Bebió el agua de un solo trago y luego inclinó la cabeza profundamente ante ella.

—¡Sierra, lo de anoche… lo siento mucho!

—¿Lord Alfred, recuerda lo que ocurrió anoche?

Cuánto le habría gustado poder decir que sí, con toda claridad.

—Anoche, en el cuarto del príncipe Edward… bebí bastante vino. Y luego, al regresar, seguramente te causé molestias, ¿verdad?

—¿Molestias? Somos esposos, no pienso que sea una molestia. Pero… no me diga que, después de todo lo que pasó, no recuerda nada.

Eso que Sierra llamaba “todo eso”, Alfred no tenía la menor idea de qué significaba.

Seguramente, había terminado por abrazarla movido solo por el deseo.

Si era así, hasta Sierra podría llegar a odiarlo.

—…Sierra, me gustaría hablar contigo a solas.

Acorralado por la tensión, Alfred apenas pudo articular sus palabras.

—Sí, tienes razón. Merina, ¿puedes dejarnos un momento?

Ante la orden de Sierra, Merina hizo una reverencia y se retiró.

—…Sierra, estás enojada, ¿verdad?

—Ay… Lord Alfred, es usted un esposo terrible.

—De verdad… lo siento mucho…

Una vez más, Alfred inclinó profundamente la cabeza ante Sierra.

Estaban en su luna de miel, y en lugar de hacerla feliz, había terminado haciéndola enojar.

De verdad era un esposo horrible. Alfred frunció el ceño con fuerza.

—No se disculpe. Aunque sería mentira decir que no me afectó, sigo siendo su esposa. Pero…

Sierra vaciló, como si le costara poner en palabras lo que quería decir.

—Puedes insultarme tanto como quieras. Forzar a tu esposa… eso es lo peor. Sierra, deberías estar más enojada conmigo.

Sierra siempre estaba a su lado con una sonrisa.

Con el cálido amor de la primavera, lo envolvía.

Gracias a ella, Alfred podía ver un futuro esperanzador.

Si realmente la había herido bajo los efectos del alcohol…

Entonces debía asumir la responsabilidad de sus actos.

Estaba preparado para recibir cualquier reproche, cualquier crítica.

—…Y pensar que por fin podríamos convertirnos en esposos en el sentido completo… ¡y se duerme a mitad del camino! ¡Yo ya estaba completamente decidida!

Con el rostro completamente rojo, Sierra hizo un puchero.

Ante una respuesta tan inesperada, esta vez fue Alfred quien se quedó congelado.

—…Entonces, ¿no la obligué a nada?

—

—Fufu, no, no lo hizo. Lord Alfred simplemente se quedó dormido.

Con una sonrisa traviesa, como la de una niña que acaba de gastar una buena broma, Sierra habló.

Al saber que no la había forzado, Alfred se desinfló por completo.

—Qué alivio…

—¡Nada de alivio! ¡Yo estaba lista para entregarme por completo a usted!

—Sierra, no digas esas cosas… me haces flaquear.

—Oh, ¿y qué significa entonces esta mano?

Sin darse cuenta, Alfred había tomado la mano de Sierra y la había hecho sentarse sobre sus piernas.

Al tocar su adorable calor, su corazón se calmó.

—Justamente porque te amo, no debe ser ahora. Además… no estoy en condiciones de pensar solo en ti en este momento.

—…Se refiere a la princesa Isabella, ¿verdad? Yo también tengo cosas que me inquietan.

—Entonces, ¿intercambiamos información?

—Sí. Y cuando todo esté resuelto, Lord Alfred tendrá que estar listo.

Dicho eso, Sierra posó un suave beso en los labios de Alfred.

El día en que su razón sea derrotada podría estar muy cerca.