El matrimonio problemático del Duque vendado - Capítulo 5

Capítulo 5 – El primer sentimiento de afecto

Ya era entrada la noche cuando Alfred terminó todo su trabajo de oficina y caminaba por el pasillo.

Era costumbre de Alfred, cada noche antes de dormir, hacer una ronda por la mansión para asegurarse de que no hubiera anomalías.

Dicho esto, hacía ya varios años que Alfred no dormía adecuadamente.

Para forzarse a dormir, empujaba su cuerpo al límite de la fatiga, caminando por la amplia mansión.

Solo la luz de su lámpara de mano y el brillo de la luna que entraba por la ventana iluminaban sus pasos.

—Aun así, es una hermosa noche de luna.

—¿Es luna llena?

—Ah… ¡¿Qué haces aquí?!

Justo cuando hablaba para sí mismo, asumiendo que estaba completamente solo, una voz adorable interrumpió.

Sorprendido, iluminó el frente, y allí estaba Sierra, vestida con un camisón y una bata encima.

—No podía dormir, así que estaba caminando un poco por la mansión. Estoy feliz de poder encontrarme con usted, Lord Alfred.

La ropa de Sierra demostraba que, ciertamente, hacía poco había estado en la cama.

Su cabello rubio lino, esponjoso, caía suelto por su espalda, sin atar.

Era difícil distinguir por la oscuridad, pero parecía que también se había desmaquillado.

Sierra estaba hermosa vestida de novia y maquillada, pero incluso con su rostro al natural seguía siendo bastante linda.

Alfred se quedó pasmado, sorprendido por sí mismo por pensar algo así.

Sin embargo, tampoco podía dejarla sola, así que se giró hacia ella.

—¿Estás sola? ¿Dónde está tu doncella?

—No quería despertarla, así que salí sin hacer ruido.

—¿Estás bien estando sola?

—Sí. Choqué un poco con algunos jarrones y paredes, pero no rompí nada, así que estoy bien.

Sierra cerró su pequeño puño con fuerza, y Alfred, por poco, sintió el impulso de abrazarla.

A duras penas se contuvo, y acercó la luz a su cuerpo.

—No me importa el mobiliario de la mansión. ¿Acaso no eres consciente de que eres ciega?

La distancia desde su habitación hasta el pasillo donde estaba Alfred era considerable.

Debió de haber escaleras en el camino.

Para una persona ciega como ella, caminar por una mansión desconocida era extremadamente peligroso.

Aunque le recriminó con severidad por su imprudencia, por alguna razón, las mejillas de Sierra se tiñeron de rojo.

¿Acaso se habría lastimado? Pensando eso, Alfred se acercó a ella.

Entonces, ella retrocedió poco a poco.

—E-e-estee… por favor, no se acerque tanto… Su voz es demasiado hermosa… siento que me voy a desmayar…

Murmuró algo, pero era tan bajo que Alfred apenas pudo oírlo. Aun así, por su aspecto, parecía no estar herida.

—De cualquier modo, me incomoda que estés deambulando sola por la mansión.

Decidido a llevarla de vuelta a su habitación, Alfred tomó la mano de Sierra con firmeza.

Consideró la posibilidad de que ella se resistiera, pero sus pequeñas manos se aferraron con fuerza a la suya.

Sintiéndose sobresaltado por ese contacto, Alfred tiró de ella en silencio para empezar a caminar.

Adaptándose a su paso, cuidando que no tropezara.

—…Esto… ¿entonces no hay problema si no estoy sola?

Tras caminar en silencio un rato, Sierra rompió el silencio, como si no pudiera contenerse más.

Al parecer, había estado pensando en lo que Alfred le había dicho antes.

—Bueno… sí, supongo.

Si estaba con su doncella, no habría peligro, pensó Alfred, asintiendo.

—¡Entonces, si estoy con usted, Lord Alfred, puedo caminar por la mansión libremente!

Sus ojos, que no deberían reflejar nada, brillaron como si destellaran, dejando a Alfred sin palabras.

Tomando su silencio como un asentimiento, Sierra comenzó a tararear felizmente.

La melodía y su dulce voz calaron hondo en el corazón de Alfred, quien no pudo evitar quedarse escuchándola, incapaz de negarse.

—…¿Lord Alfred?

—No, solo… es una melodía hermosa.

—Jeje, gracias. De hecho, esta canción fue compuesta por mi padre. Hay muchas otras, pero esta es mi favorita.

Con una sonrisa que parecía florecer, Sierra provocaba un torbellino en el corazón de Alfred.

Aunque había decidido no involucrarse, ahora quería conocerla más.

Alfred se sentía desconcertado por esos sentimientos que brotaban en su interior.

—Lord Alfred, si se da la oportunidad, por favor escuche mi canto. Aunque lo diga yo misma, soy bastante famosa en la alta sociedad como la “Cantante Ciega”.

Aunque Alfred guardara silencio, Sierra seguía hablándole alegremente.

Cada vez que veía su sonrisa, el pecho de Alfred se agitaba y se le oprimía.

(Una chica como ella no debe estar a mi lado…)

Sierra debía ser feliz.

No debía caminar una vida oscura como la esposa de Alfred.

Debía brillar en la sociedad, donde su canto pudiera resplandecer.

Con ese pensamiento, Alfred consiguió calmar el torbellino de emociones que le perturbaba.

—Esta boda no tiene sentido… Regresa a tu casa mañana mismo.

Cuando llegaron frente a la habitación de Sierra, Alfred lo soltó con frialdad.

La sonrisa desapareció del rostro de Sierra, y su agarre a la mano de Alfred se hizo más fuerte.

—¡No quiero! ¡Quiero estar al lado de usted, Lord Alfred!

—Es una molestia. Prefiero estar solo.

Estaba acostumbrado a alejar a las personas, pero dirigir palabras tan frías a Sierra le resultaba doloroso.

Aun así, Alfred reprimió esos sentimientos y soltó la mano de Sierra.

Entonces, ella negó con la cabeza, al borde de las lágrimas, suplicándole:

—¡Lo amo Lord Alfred! ¡Ya no quiero solo escucharlo desde lejos!

Desde que vivía como el “Duque Vendado”, era la primera vez que una mujer le decía que lo amaba.

No entendía por qué mencionaba su voz, pero la sinceridad de Sierra le llegaba sin remedio.

—Sé que usted no siente nada por mí. Sé que este matrimonio, decidido de forma unilateral, le resulta molesto. Pero quiero que me conozca. ¡Por favor! ¡Deme una oportunidad de estar a su lado…!

Por favor… quiero estar a su lado… Temblando, con su pequeño cuerpo, Sierra suplicaba.

Y Alfred… no fue capaz de rechazarla.