El matrimonio problemático del Duque vendado - Capítulo 48
Capítulo 8 – El hombre del arrepentimiento
Un hombre caminaba solo por un pasillo tenue, saliendo del luminoso salón real, soportando el dolor en su pecho.
—…¿Cuándo fue que se casó…?
Golpeando la pared con el puño, Moritz dejó escapar lo que llevaba dentro.
Había abandonado la orquesta de Kurufelt, donde había sido acogido, para ganar confianza y confesar sus sentimientos a la cantante bendecida por Musearia.
Desde entonces, había viajado por distintos lugares bajo el pretexto de una gira musical, tocando como invitado en muchas orquestas.
Pensaba que si acumulaba suficiente experiencia, quizás también él podría recibir la bendición de Musearia.
Sierra siempre había estado enamorada de un niño que la había salvado cuando era pequeña —un chico cuyo nombre ni rostro recordaba.
No había manera de que ese primer amor apareciera.
Moritz creía que mientras Sierra siguiera pensando en ese amor de infancia, él aún tenía una oportunidad.
Sin embargo, tras varios años sin verse, Sierra apareció en el Reino de Ronatia acompañada de su esposo.
La sonrisa feliz de Sierra apuñalaba una y otra vez el corazón de Moritz, como agujas finas y afiladas.
(¿Y se casó con el duque Besqueler…?)
Moritz, cuyo trabajo se desarrollaba en los círculos sociales, conocía bien los rumores sobre el duque Besqueler.
Apodado el “duque vendado”, era el único superviviente de la “tragedia de la familia Besqueler”.
Se decía que evitaba relacionarse con otros, que se había encerrado en sus tierras, y que incluso recolectaba piel humana —según algunos rumores.
En cualquier caso, era considerado una figura sospechosa y aterradora. Así lo entendía Moritz.
Pero el duque Besqueler que apareció en persona no llevaba vendas, tenía un rostro hermoso y miraba a Sierra con infinito cariño.
Estaba claro para cualquiera que se amaban profundamente.
—Yo también… he estado enamorado de Sierra todo este tiempo…
Sus ojos comenzaron a arder.
Durante años, se había encerrado en sí mismo, incapaz de ser sincero con la persona que amaba.
No había sido amable. No había sabido expresar su afecto.
—Si tan solo en aquel entonces le hubiera dicho lo que sentía…
Solo los remolinos del arrepentimiento giraban en su interior.
Cuando se cubrió los ojos con una mano, escuchó un suave tintineo junto a él.
Alzó la cabeza para ver de dónde venía el sonido.
—…¿Un gato?
Un gato negro como el azabache agitaba la cola como si estuviera invitando a Moritz a seguirlo.
Normalmente lo habría ignorado y pasado de largo, pero algo le llamó la atención.
No podía evitar querer saber qué había al final del camino que ese gato negro señalaba.
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