El matrimonio problemático del Duque vendado - Capítulo 47
Capítulo 7 – Encuentro con el príncipe y la princesa
Escoltada por Edward, Isabella hizo su entrada.
Ambos, siendo hermanos, tenían un hermoso cabello negro.
Edward tenía una tez saludable y vestía un resplandeciente traje blanco de gala, mirando sonriente a las personas reunidas.
Tenía, si mal no recordaba, veinticuatro años. Con su cuerpo bien entrenado y su rostro bien formado, se escucharon chillidos entusiastas de las jóvenes damas.
Era un príncipe heredero serio y amable, y su popularidad había llegado incluso hasta el Reino de Vanzell.
Por otro lado, debido a su largo flequillo, el rostro de Isabella no se veía con claridad.
Sin embargo, su postura erguida era hermosa.
El profundo rubí que brillaba en su escote resaltaba sobre su blanca piel, y el vestido con patrones de rosas realzaba su hermosa cabellera negra que caía sobre su espalda.
—¿Estará bien de salud…?
—Y eso que hace poco ocurrió aquello…
Con la aparición de Isabella, un leve murmullo se alzó entre la multitud.
(¿Así que ella es la princesa Isabella…?)
Cuando Alfred la observaba fijamente, por un instante, sus ojos rojos se cruzaron con los de ella.
En ese momento, la imagen de la bruja Griella —quien había intentado salvarlo— apareció en la mente de Alfred.
—Asesino de brujas…
Sintió como si una voz helada le susurrara al oído.
Sin embargo, Sierra, que estaba a su lado, no mostró ninguna reacción.
Con lo sensible que era su oído, era imposible que no lo hubiera escuchado a esa distancia.
Incluso cuando comenzó el baile real, las palpitaciones de Alfred no se detuvieron.
—…Lord Alfred, ¿se encuentra bien? El príncipe Edward y la princesa Isabella están viniendo hacia aquí.
Al escuchar la voz de Sierra, Alfred se sobresaltó.
Debía cambiar el enfoque.
Alfred se arrodilló ante el príncipe y la princesa para presentarse. A su lado, Sierra también hizo una reverencia.
—He venido desde el Reino de Vanzell. Mi nombre es Alfred Besqueler. Esta es mi esposa, Sierra. Es un honor poder conocer al príncipe Edward y a la princesa Isabella. Deseamos continuar siendo buenos vecinos con el Reino de Vanzell…
—Soy Edward, primer príncipe del Reino de Ronatia. Había oído hablar del duque Besqueler como el “duque vendado”, pero resulta ser un joven muy apuesto. Vaya, vaya, los rumores no son de fiar, ¿no crees, Isabella?
—…Así es.
Frente al tono alegre de Edward, la respuesta de Isabella fue seca.
Isabella, que tenía la misma edad que Sierra, dieciocho años, había sido criada estrictamente como princesa, y tenía un aire inaccesible.
—No fue otro sino yo quien envió la invitación al baile real para el Reino de Vanzell. Quise que Isabella aprendiera diversas cosas para no sentirse insegura al casarse con su país. En realidad, pensaba invitar al príncipe Christoph, su prometido, pero Isabella insistió en que quería conocer al “duque vendado”.
Diciendo eso, Edward sonrió ampliamente. No se percibía en él ninguna hostilidad.
—Hermano, creo que me he mareado un poco con tanta gente. Me retiraré a descansar.
Sin esperar respuesta, Isabella se dio la vuelta con un giro y realmente abandonó el salón.
—Mi hermana no tolera bien las multitudes. Pero seguramente vino hasta aquí porque quería ver al duque Besqueler al menos una vez. Sé que están en su viaje de bodas, según lo dijo el rey Zairach, pero ¿podría hablar con Isabella en algún momento? A cambio, si me permite decirlo así, podría mostrarles algunos lugares turísticos de nuestro país.
Edward le ofrecía a Alfred, directamente, la oportunidad de hablar con la sospechosa Isabella.
No podía dejarla pasar.
—Soy yo quien agradece que se me conceda la oportunidad de compartir los encantos del Reino de Vanzell con la princesa Isabella.
Cuando Alfred aceptó, Edward sonrió aliviado.
Y luego, le susurró al oído solo para que él pudiera oírlo.
—No es que no comprenda qué es lo que inquieta al rey Zairach. Me gustaría hablar más a fondo contigo, duque Besqueler. ¿Qué te parece?
Los rumores inquietantes sobre el Reino de Vanzell.
La verdad detrás del rompimiento del compromiso.
La continuidad de los lazos como nación amiga.
Era evidente que Edward entendía que Alfred había venido a investigar esos temas.
(Naturalmente… Un príncipe heredero no puede ignorar hasta qué punto se han extendido los rumores sobre su país.)
Y más aún, considerando lo delicado del contenido.
—Entiendo. Iré a buscarlo personalmente en el momento que disponga.
Alfred había pensado susurrarle muchas palabras de amor a Sierra esa noche antes de dormir, pero tendría que posponerlo.
—Y aún así, me sorprende. No sabía que la esposa del duque Besqueler era la “cantante ciega”. ¿Desde la recepción cuando fui nombrado príncipe heredero, tal vez? Tu hermosa voz sigue siendo inolvidable. Me encantaría volver a escucharla.
—Me alegra mucho oír eso. Si mi querido esposo me da su permiso, estaré encantada de interpretar una canción.
—Se nota que están en su luna de miel, qué calidez. Espero que puedan crear juntos recuerdos felices en esta tierra de Ronatia. Disfruten de esta noche.
Diciendo eso con una sonrisa, Edward se dirigió a saludar a otros invitados.
(Ah… siento que jamás podré igualar a Sierra.)
Incluso frente a un príncipe heredero, Sierra se esforzaba por enaltecer a Alfred.
A diferencia de él, que se ponía celoso y se enfurruñaba ante la aparición de un viejo conocido.
Pero el esposo de Sierra no era otro que Alfred.
Deseaba ser un hombre digno de ella.
—Sierra, ¿me concederías esta pieza?
Alfred se arrodilló y le ofreció la mano a su amada esposa.
Con las mejillas ligeramente sonrojadas, Sierra tomó su mano.
Una suave melodía de vals llenaba el salón.
Mientras la escoltaba al centro donde todos bailaban, Alfred notó la figura de Moritz en la orquesta.
Moritz, que los miraba como fulminándolos con la mirada, aún así movía con precisión su arco sobre el violín.
Al compás del tranquilo ritmo ternario, bailaron juntos.
Recién últimamente Alfred se había acostumbrado a bailar así con Sierra.
Todo gracias a que ella había propuesto organizar conciertos y veladas musicales en la mansión de la familia ducal Besqueler.
—Como siempre, el violín de Moritz suena suave y delicado, nada parecido a su personalidad.
Alfred notó que Sierra también lo había reconocido.
Aunque, en realidad, desde que comenzó la interpretación, Sierra ya había distinguido el sonido de Moritz.
—Sierra, no creo que sea apropiado mencionar el nombre de otro hombre mientras bailas conmigo.
—¡Ah! Disculpe… ¿Acaso… está celoso?
Sierra soltó una risita alegre, y Alfred frunció el ceño.
Entonces, con un giro un poco más enérgico, hizo que Sierra se tambaleara y la sostuvo contra su pecho.
—¡Kya!
—Eres una esposa muy mala, alterando tanto mi corazón así…
Mientras la abrazaba con fuerza, se mecían al ritmo de la música.
El corazón de Alfred latía con fuerza y rapidez.
Sierra apoyó su cuerpo contra su pecho, como si escuchara esos latidos, y murmuró suavemente.
—Usted también es un esposo muy malo, Lord Alfred. Después de todo, ahora que por fin lo tengo, ¿cómo podría dejarlo ir?
El apretón de sus manos le calentó el corazón.
(Ahora que lo pienso, fue Sierra quien insistió en casarse conmigo y se presentó con tanta determinación.)
Con su primer amor de diez años, se había ofrecido a casarse con el “duque vendado” de tan temible reputación.
Si le entregaba tal amor, ¿qué derecho tenía él de sentirse inseguro?
—Te amo, Sierra.
Con esa voz grave que tanto le gustaba, le susurró su amor.
—Yo también lo amo, Lord Alfred.
Sin darse cuenta de que Moritz, observándolos, fruncía el rostro con frustración…
Ni de que Isabella, quien se suponía había salido del salón, los contemplaba desde las sombras con una fría mirada.
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