El matrimonio problemático del Duque vendado - Capítulo 38
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- Capítulo 38 - Parte extra 1
La pareja de los vendajes
Todo comenzó con una ocurrencia espontánea.
—Lord Alfred, ¿podría envolverme también a mí con vendajes?
Frente a su esposa, que le sonreía dulcemente, el esposo quedó rígido como una estatua.
Sierra, sin perder su sonrisa, miraba fijamente a Alfred.
Ver el rostro desnudo tras los vendajes era un privilegio reservado únicamente para su esposa, Sierra.
Y mientras más lo miraba, más hermoso le parecía el rostro de su esposo Alfred.
Su piel, tan blanca como transparente debido a los años que había pasado vendado, y sus hermosos ojos color mar reflejaban solo a ella.
Eso la hacía tan feliz que su sonrisa se profundizó aún más.
Pero Alfred soltó un suspiro.
—…No, eso no puedo hacerlo.
Sierra estuvo a punto de derretirse con esa voz grave y ronca de Alfred, pero preguntó la razón.
—¿Por qué no? Quiero probar cómo es llevar vendajes, como Lord Alfred. ¡Así podremos convertirnos, en cuerpo y alma, en una verdadera pareja de los vendajes!
Por supuesto, Sierra nunca se había envuelto en vendajes.
Justamente por eso, pensaba que hacerlo era necesario para poder comprender a Alfred.
(Como esposa, quiero ser una buena comprensiva compañera para Lord Alfred).
No pretendía comprender absolutamente todo.
Después de todo, por mucho que se amen, siguen siendo dos personas distintas.
Nunca podrían llegar a ser uno solo.
Pero si poco a poco podían acercarse, aunque fuera un poco más… eso bastaba para Sierra.
Como primer paso, había puesto los ojos en los “vendajes” que Alfred siempre llevaba consigo.
—Estos vendajes son especiales. Incluso para ti, Sierra, están prohibidos.
—No estoy diciendo que quiera que me envuelvas con los vendajes que tanto aprecias. He traído los míos. Gordon me los preparó, pensando que estos estarían bien.
—…¿Qué está haciendo Gordon?
—Gordon no tiene la culpa. Fui yo quien le rogó que lo hiciera.
—No, conociéndolo, seguro que accedió encantado. Entonces dime, ¿por qué te interesa tanto envolverte en vendajes, mi adorable esposa?
Poco a poco, Alfred acortó la distancia entre ellos y susurró al oído, lo cual era trampa.
Cuando la sostuvo con fuerza, Sierra casi sintió que sus piernas se rendían. Su corazón latía tan rápido que no podía ordenar sus pensamientos.
—Porque lo amo, Lord Alfred… y quiero entenderlo, aunque sea un poco más.
—Sierra, no tienes que preocuparte por eso. Solo con que estés a mi lado, solo con que me ames, ya soy completamente feliz.
La abrazó con fuerza.
A punto de dejarse llevar por esa calidez y la voz gentil, Sierra reaccionó y volvió en sí.
—¡Ya basta, Lord Alfred! ¡No desvíe el tema!
—¿No puedo?
—Quería ver lo mismo que usted, por eso pensaba que debía ser usted quien me envolviera con los vendajes, pero ya no importa. ¡Le pediré a Merina que lo haga!
Se soltó de los brazos de Alfred y le dio la espalda con un “hmph”.
—Está bien. Si es así, entonces yo te envolveré.
Al oír eso, Sierra dio un saltito.
—Fufu, entonces, le encargo eso.
Y así fue.
—…Es una sensación un tanto extraña.
Comentó Sierra mientras se tocaba la cara.
Su cabeza y rostro estaban cubiertos con vendajes. La nariz y la boca habían quedado libres para poder respirar, pero era difícil hablar y se sentía un poco sofocada.
¿Alfred vivía todos los días en ese estado?
—¿No es algo muy agradable, verdad?
—Pero, pensar que ahora combinamos… eso me hace muy feliz. Y además, aprendí algo más sobre usted, Lord Alfred.
Al decirlo sinceramente con una sonrisa, Alfred soltó un profundo suspiro.
¿Habría dicho algo que lo pusiera de mal humor?
—Me molesta no poder ver tu adorable sonrisa por culpa de los vendajes…
—Vaya. Si hablamos de eso, yo me siento igual todos los días, ¿sabe?
—Tienes razón. En ese caso, también aprendí algo más sobre ti.
—Fufu, así parece.
—Ya que estamos, ¿quieres salir a la ciudad con los vendajes puestos?
Ante esa invitación a una cita de parte de Alfred, Sierra asintió sin pensarlo dos veces.
Un día en Liebert, el territorio, los rumores sobre la pareja ducal estaban por todas partes.
Todos estaban acostumbrados a ver al “duque vendado” siempre cubierto, pero que su encantadora esposa apareciera también vendada fue un impacto para todos los presentes.
—Una pareja “de vendajes” tan bien combinada, no podía pasar desapercibida.
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