El matrimonio problemático del Duque vendado - Capítulo 35
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Epílogo
Se rumoreaba que el duque Besqueler, un hombre solitario y temido por su oscura reputación, iba a celebrar un concierto en su propia mansión.
Al ver la invitación decorada con letras adorables e ilustraciones tiernas, los ciudadanos de Liebert —territorio del duque Besqueler— abrieron los ojos con asombro.
—¿El señor duque… recibiendo invitados? ¿Esto es real?
—Dicen que hace poco su mansión fue atacada por bandidos, ¿no?
—Parece que los caballeros capturaron a los culpables, o eso se dice…
La historia de que el duque Besqueler, sospechoso de ser un impostor, había sido convocado al castillo real y que, durante su ausencia, su mansión fue atacada, ya era conocida por todos los habitantes.
Aunque escucharon que los asaltantes habían sido detenidos sin daños mayores, los ciudadanos seguían preocupados por su joven señor feudal.
Y justo cuando todos estaban tensos por la situación, llegó aquella inesperada invitación al concierto. No era de extrañar que se sorprendieran tanto.
—Pero si van a celebrar un concierto, eso quiere decir que el duque y su esposa están a salvo.
—Sí… de verdad me alegra.
—¡Entonces todos tenemos que ir!
En cada rincón de Liebert se formaron pequeños grupos de conversación, y todos llegaron a la misma conclusión.
Querían ver con sus propios ojos al señor feudal que tanto les importaba, viviendo felizmente con su esposa.
Y así, todos se apresuraron a preparar ropas apropiadas para la velada musical.
***
—¡Oh, Lord Alfred! ¿Por qué lleva vendajes?
Los grandes ojos irisados de Sierra se abrieron de par en par al ver la figura de Alfred.
—Bueno… digamos que aún los necesito para salir frente al público…
Alfred respondió con incomodidad.
La maldición de la bruja ya se había desvanecido, y su apariencia era perfectamente visible para los demás. Pero como había pasado tanto tiempo cubriéndose con vendajes, no se sentía del todo cómodo sin ellos.
Frente a Sierra no tenía problemas, incluso sin vendajes, podía interactuar con naturalidad. Pero ante los demás, le costaba comportarse sin ellos.
Hace unos días, cuando el padre de Sierra apareció como un vendaval, estaba tan abrumado que ni siquiera pensó en los vendajes. Ni siquiera sabía si logró convencerlo adecuadamente.
Sierra, sin embargo, le sonrió y le dijo que todo estaba bien.
Y esta noche se celebraría el primer concierto de Sierra en la residencia del duque Besqueler.
Como anfitrión, Alfred debía mantenerse firme.
Por eso… necesitaba los vendajes, como si fueran un estabilizador emocional.
—Entiendo… Entonces, su rostro aún es solo para mí, ¿cierto?
Sierra sonrió tímidamente, con las mejillas sonrojadas.
Lleno de ternura, Alfred le dio un beso en la mejilla por encima del vendaje.
Sierra se estremeció levemente, como si le hiciera cosquillas.
Ese gesto fue tan adorable que Alfred no pudo evitar besarla de nuevo.
—…Estos vendajes estorban.
Aunque él mismo se los había puesto, ahora quería quitárselos.
Pero entonces, desde un rincón de la habitación, Merina carraspeó para llamar su atención.
—Lord Alfred, Lady Sierra, los invitados ya están reunidos en el salón.
Ante esas palabras, el rostro de Sierra se iluminó al instante.
Se notaba claramente que deseaba ir cuanto antes al salón de música.
—Entonces, vamos.
Alfred le ofreció el brazo, y Sierra lo tomó con suavidad.
Juntos, se dirigieron al salón donde resonaban las alegres melodías.
Al principio, no había ni personal ni músicos, así que el concierto se había planeado únicamente con la voz de Sierra, sin acompañamiento.
Pero Alfred, que había recibido educación musical en la casa ducal Besqueler, resultó ser hábil no solo con la manufactura, sino también con los instrumentos.
Al enterarse, Sierra le pidió que la acompañara en el piano.
Cuando abrieron las puertas del salón, los recibió el cálido aplauso de los habitantes.
Gordon, cumpliendo su papel de mayordomo, estaba a cargo de la comida y la atención a los invitados.
Los caballeros apostados junto a la puerta también les dirigieron sonrisas de aliento.
—Gracias por venir esta noche al concierto. Hasta ahora, no había tenido el valor de aparecer ante ustedes ni de hablarles directamente. He sido un señor feudal débil. Pero de ahora en adelante, quiero valorar mucho más este vínculo con ustedes. Aunque aún soy inexperto, les ruego que sigan caminando a mi lado. Y esta noche… disfruten todo lo que puedan.
Parado frente a todos, Alfred habló con sinceridad y convicción.
Los habitantes estallaron en vítores y aplaudieron con calidez.
Desde el fondo, podía verse a Gordon con los ojos llorosos.
Él había sido quien más se preocupó por Alfred, que intentaba vivir aislado.
Ahora que por fin su señor había decidido mirar hacia adelante y relacionarse con otros, Gordon lo celebraba desde lo más profundo de su corazón.
Sierra se esforzó por grabar en su mente la escena que tenía ante sus ojos.
Durante diez años, pensó que no ver nada era una forma de pagar por sus pecados.
Pero al ver las sonrisas de todos y, sobre todo, al poder contemplar con sus propios ojos a su amado Alfred, se sentía plenamente feliz.
—Jamás imaginé que llegaría un día como este.
—Yo tampoco. Y todo es gracias a ti, Sierra.
Se miraron a los ojos y sonrieron.
La voz de Sierra y el piano de Alfred resonaron juntos por todo el salón.
La armonía entre ambos tocaba el corazón de todos con calidez y luz.
Los asistentes cantaban, bailaban, reían y celebraban juntos.
Ya nadie temía al Alfred cubierto de vendajes.
Ya nadie lo evitaba.
En el salón de la mansión del duque Besqueler, los sonidos hermosos y las risas alegres resonaron… hasta que amaneció.
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