El matrimonio problemático del Duque vendado - Capítulo 33

Capítulo 33 – Una visita inesperada

—Ehm, Lord Alfred… ya estoy bien, de verdad.

Habían pasado algunos días desde aquel incidente.

El alma de Mardial había regresado al cielo, y la Guardia Real había llegado.

Los hombres que Mardial había contratado fueron arrestados, y gracias a los esfuerzos de los médicos, Merina, Gordon y los caballeros que habían sido envenenados ya estaban recuperados.

Y aunque Sierra también estaba bien porque Alfred permanecía a su lado…

—No, tú te forzaste demasiado para obtener la bendición de Myuseria, y tienes moretones por todo el cuerpo. Aún debes permanecer en cama.

Alfred habló con un rostro serio.

Sus profundos ojos color azul marino eran tan hermosos como joyas, reflejando a Sierra con una expresión preocupada.

Aunque ya había imaginado su apariencia desde que lo tocaba a ciegas, verla con sus propios ojos la hacía inmensamente feliz.

Sin embargo, Alfred, preocupado en exceso por Sierra, no la dejaba levantarse de la cama.

Sierra aún no había renunciado al concierto.

(Tengo que preparar el salón para el concierto…)

Por culpa del caos que ocurrió en la sala de música, todas las sillas y decoraciones que tanto había preparado quedaron destrozadas.

Quería volver a limpiar, pulir las sillas y colocar cada adorno para que el concierto se realizara en condiciones perfectas.

—Lord Alfred, por favor…

Colocando su mano sobre la de Alfred, Sierra decidió recurrir a su última carta.

Levantó la vista, lo miró fijamente… y le sonrió dulcemente.

Desde que sus sentimientos se habían alineado, Sierra había comprendido algo:
Alfred era extremadamente indulgente con ella.

Durante estos días, había recibido tantos cuidados bajo el pretexto de “atención médica”, que a veces temía que todo fuera un sueño.

Escuchar su nombre en aquella voz profunda, recibir palabras de amor… eran días tan felices que parecía que su corazón no podía soportarlo.

—…Está bien. Pero no te excedas. Y si te sientes mal aunque sea un poco, dímelo de inmediato.

Tal como esperaba, Alfred accedió a su petición.

Aunque frunció el ceño y parecía que realmente no quería hacerlo.

Al escuchar su respuesta, Sierra no pudo evitar lanzarse a sus brazos.

El cuerpo fuerte de Alfred aceptó su abrazo con firmeza.

Justo en ese momento, la puerta de la habitación se abrió con gran ímpetu.

—¡Sierra! ¡Sabía que no podía permitir que te casaras con ese tal “Duque de los Vendajes” o como se llame!

Una voz nerviosa gritó, y un caballero entró apresurado.

Al ver a Alfred y Sierra abrazados, abrió los ojos sorprendido y casi gritó:

—¡¿Q-qué están haciendo?!

Separó a ambos a la fuerza y cubrió el cuerpo de Sierra como si la protegiera, gritando con furia.

Al ver a ese señor de aspecto imponente y rostro arrugado por los años, Sierra rompió en lágrimas.

—¡Padre…!

Después de diez años, veía con sus propios ojos a su querido padre.

Cabello castaño claro, ojos violetas.

Y arrugas que hablaban del tiempo pasado.

Al notar la reacción de la hija en sus brazos, el padre —Legato— abrió mucho sus ojos violetas.

—…¿Sierra? ¿Tus ojos…?

—Sí, padre. ¡Puedo ver!

Alfred, completamente absorbido por el ímpetu de la situación y la emotiva reunión familiar, seguía inmóvil, empujado hacia un lado.

Al darse cuenta, Sierra levantó la voz.

—Padre, permíteme presentarte a mi querido esposo, Lord Alfred. Gracias a él, he recuperado la vista.

Como si esas palabras lo devolvieran a la realidad, Alfred se incorporó con elegancia y se inclinó ante el padre.

Al ver su actitud educada, el padre dejó escapar un “hmpf”, como exhalando.

Sin embargo, como padre que quería evaluar al esposo de su hija, su mirada seguía siendo aguda.

—Disculpe mi tardanza en presentarme. Soy Alfred Besqueler. Sé que debe ser difícil confiar a su hija a alguien apodado “El Duque de los Vendajes”, pero ya no puedo imaginar un futuro sin Sierra. Me presentaré en sociedad y cumpliré con mis deberes con seriedad. Por favor, le ruego que nos permita continuar con nuestro matrimonio.

El padre observó en silencio al sincero Alfred.

Ahora, Alfred no llevaba vendajes.

Estaba enfrentando al padre con su rostro al descubierto.

(Aunque mi padre no lo acepte… ya el rey lo ha hecho, así que no hay problema, pero…)

Incluso él mismo reconocía cuánto su padre, Legato, adoraba a Sierra.

Aunque el rey Zylac lo haya convencido por la fuerza, seguramente estaba furioso por dentro.

Probablemente por eso, interrumpió su viaje musical y vino hasta el territorio del duque Besqueler solo para descargar su rabia.

Aun así, Sierra amaba a su padre.

Y por eso quería que aceptara también al hombre que amaba: Alfred.

Mientras esperaba sus palabras con el corazón en vilo, lo que escuchó fue un suspiro resignado.

—En fin… ya no hay manera de anular este matrimonio. Solo puedo dejarla en tus manos. Además, pareces haber salvado a mi hija. Pero escúchame bien… Si haces llorar a Sierra, no te lo perdonaré. ¡Haré que se divorcie de inmediato!

Con lágrimas en los ojos, el padre lanzó una última mirada severa a Alfred y salió de la habitación.

Merina, que había estado observando discretamente todo desde las sombras, corrió tras él.