El matrimonio problemático del Duque vendado - Capítulo 31

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Capítulo 31 – Por la persona amada

—Fufufu… ¿De verdad crees que dejaré ir a la novia sin hacer nada?

—…¿Qué le hiciste?

—¿Viste a los que estaban en el comedor?

Ante esas palabras, Alfred recordó a Merina, Gordon y a los caballeros que perdieron el conocimiento en el comedor.

Habían sido envenenados.

Si los hubieran encontrado un poco más tarde, seguramente estarían muertos.

—Así que al final, fuiste tú…

—Claro. Solo vivía esperando el momento de ver tu desesperación.

—Lo que les dí fue una versión diluida del veneno. Lo dispersé como niebla. Pero en el cuerpo de tu adorada novia hay una cápsula con el veneno en su forma pura. En pocos minutos, esa cápsula se disolverá… y el veneno se liberará dentro de ella.

Mardial soltó una carcajada incontrolable.

Al escuchar sus palabras, Sierra se estremeció.

Para Alfred, el mundo se volvió oscuro.

¿Qué debía hacer…? ¿Cómo podría salvar a Sierra?

—Te diré algo útil. Si escribes una confesión aceptando que eres un impostor y el culpable de la “tragedia de la casa Besqueler”, te entregaré el antídoto. Pero no se te ocurra intentar arrebatármelo… si lo usas mal, ella morirá al instante.

No podía confiar en Mardial.

Pero sabía, muy a su pesar, que él era un experto en venenos y un investigador con amplios conocimientos.

Para Alfred, proteger el honor de la casa Besqueler era una promesa hecha a su padre.

Y como duque, proteger a su pueblo era también su razón de vivir.

Pero si no renunciaba a todo eso… Sierra moriría.

Alfred respondió sin dudar:

—Entendido. ¿De verdad tienes el antídoto?

—¡No lo haga! —gritó Sierra—. Lord Alfred, no tiene que renunciar a todo lo que ha protegido por mi culpa. Después de todo… para usted, yo soy una esposa no deseada, ¿verdad?

Sierra lo tomó del pecho, con lágrimas en los ojos, suplicando.

Sus grandes ojos estaban llenos de lágrimas. No quería que Alfred se acercara a Mardial.

—Sierra… Te amo.

Las palabras que no pudo decir antes de dejar la mansión. Era su verdadero sentimiento.

Por primera vez, Alfred llamó su nombre.

Cuando vio el rostro de Sierra deshacerse en llanto, le dio un beso en la mejilla mojada por las lágrimas.

—Lord Alfred… Aunque tenga el antídoto, ¡no lo tomaré! Así que no escriba nada por mi culpa. ¡No me hace feliz que diga que me ama solo en momentos como este!

Gritando con firmeza, Sierra se soltó de sus brazos y salió corriendo.

Alfred, aturdido por sus palabras, no reaccionó de inmediato.

—Yo soy la “diva ciega” bendecida por Myuseria. Mi canto existe para traer milagros. Lord Mardial, ya no haga sufrir más a Lord Alfred. ¡Yo sanaré el corazón atrapado en su venganza!

Sierra lo declaró con fuerza, señalando directamente a Mardial. Todas las miradas en la sala de música se dirigieron a ella.

Nadie pudo dejar de mirarla.

Porque su sonrisa, tan llena de esperanza, era deslumbrante y hermosa.

—Por eso, Lord Alfred… confíe en mí. Haga lo que crea que es correcto.

Es fuerte, pensó Alfred.

Él no tenía esa clase de fortaleza.

Había apartado a todos por miedo a ser traicionado.

Si no sabía quién lo traicionaría, era mejor pensar que todos eran enemigos.

Y así, se rodeó solo de enemigos.

Pero Sierra tenía la fuerza de confiar en los demás. Y podía decir, con todo su corazón, “cree en mí”. Aunque podía ser traicionada… aunque podía fallar… no mostraba miedo. Hacía que uno quisiera creer.

(Se supone que vine a protegerla… pero soy yo quien está siendo protegido.)

Con un suspiro profundo, Alfred tomó su decisión. Si, después de escucharla, retrocedía… no sería digno de ser su esposo.

—Sierra, confío en ti.

Con una leve sonrisa, Sierra le devolvió una dulce sonrisa y cerró los ojos.

Se estaba concentrando para cantar su mejor canción.

Y no dejaría que nadie la interrumpiera.

—Mardial, lo siento… No puedo resistirme cuando es mi esposa quien me lo pide.

Él creería en el milagro que Sierra estaba por crear.

Esa era la elección de Alfred.

Pensándolo bien, era absurdo confiar en las palabras de un hombre que ni siquiera parecía vivo.

Con una sonrisa amarga, Alfred decidió que obligaría a Mardial a revelar la ubicación y el uso correcto del antídoto.

—Con solo escribir unas palabras, puedes salvar a tu dulce esposa, ¿sabes?

Mardial aún creía que podía manipular el corazón de Alfred.

—Si estás muerto, compórtate como tal. Quédate en paz y duerme para siempre.

En un instante, Alfred cerró la distancia y detuvo los movimientos de Mardial.

Su piel, al tocarla, estaba sorprendentemente fría.

Solo hueso y piel… Alfred sintió un escalofrío.

No había ni un rastro de vida en él.

Lo único que sentía… era odio.

Era la maldición de una bruja que odiaba a los humanos.

Incluso atrapado por Alfred, Mardial sonrió.

Este hombre no había renunciado a su venganza.

Estaba movido solo por su odio, su rencor, su deseo de venganza. Eso lo había llevado a atraer la maldición de una bruja y seguir moviéndose…

Aunque su cuerpo ya estaba muerto.

—¿Por qué sigues aferrado a la casa Besqueler… incluso con ese aspecto?

El deseo humano es algo vil. Por sus propios intereses, está dispuesto a herir a otros.

Los que escalan son los astutos que pisotean a los demás.

Por eso Alfred se distanció de todos.

Odiaba ser igual. Odiaba tener esos deseos.

Por culpa de los deseos, ocurrió aquella tragedia.

Y el corazón humano no había cambiado desde entonces.

El “Bosque Maldito” era prueba de ello.

Las brujas, en el pasado, lo perdieron todo a manos de los humanos.

Aunque algunas querían convivir en paz, los humanos las eliminaron por miedo a perder su posición.

Alfred recordó a Griella, la última bruja.

A pesar de haber sido forzada a vivir escondida en el bosque, no odiaba a los humanos.

Al contrario, intentaba deshacer las maldiciones que sus hermanas dejaron atrás.

Incluso intentó salvar a Alfred, cuando él se volvió invisible.

—Fufufu… ¿Acaso crees que tú eres el único protagonista trágico? ¡Yo también lo perdí todo por tu culpa! Estoy vivo, gracias a la maldición de una bruja, solo para llevarte a la desesperación.

Una sola obsesión lo había sostenido.

Aunque fue Mardial quien le arrebató primero a su familia, eso no importaba.

Lo único en su mente era que Alfred le había arrebatado lo suyo.

Aunque ya no pudiera recuperarlo… aunque la familia Beames ya estuviera en ruinas… aunque probara que Alfred era un impostor… siendo un muerto, nunca podría volver a la sociedad.

Y Mardial lo sabía.

Por eso tomó a Sierra como rehén.

Porque realmente, lo único que quería… era ver a Alfred caer en la desesperación.

Pero Alfred no pensaba rendirse.

Porque hubo alguien que le enseñó… que incluso entre la fealdad de los humanos, existía belleza.

Y entonces, la canción de Sierra comenzó a llenar el salón de música con luz.

Una melodía suave y hermosa… que devolvió la claridad a ese lugar corrompido por la codicia humana.

Y envolvió a todos con su calidez.

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