El matrimonio problemático del Duque vendado - Capítulo 3
Capítulo 3 – La favorita del rey
El invierno en el Reino de Vanzell era bastante frío.
A pesar de ello, la chimenea en el despacho donde trabajaba el cabeza de la Casa Ducal de Besqueler no estaba encendida.
Era para enfriar la cabeza de Alfred, que no había sido capaz de rechazar a su novia.
Aunque hacía algo menos de frío que afuera, el despacho seguía lleno de aire gélido.
Allí, Alfred permanecía frente a su escritorio, sin expresión.
Sus manos, entumecidas por el frío, se movían con rapidez, pero, cosa rara en él, no lograba concentrarse en su trabajo.
No podía evitar pensar en Sierra, quien seguramente se encontraba en alguna parte de la mansión.
La única sirvienta que la novia había traído consigo era una doncella.
Como no había demasiaje equipaje, la preparación de la habitación terminó rápidamente, y Sierra y la doncella estaban recorriendo la mansión bajo la guía de Gordon.
(Una novia ciega… ¿eh?)
Si no podía ver, entonces no se asustaría por el aspecto del Duque Vendado.
Sin embargo, incluso sin verlo, Alfred la había recibido con frías palabras en cuanto abrió la boca.
Y aun así, ella le sonrió.
A sabiendas de que él era el “Duque Vendado”, ella intentaba ser su esposa.
Qué chica tan extraña.
Aunque había terminado reconociendo su matrimonio de manera impulsiva, Alfred no tenía intención de involucrarse con ella.
Pero, aun así, le resultaba imposible no pensar en ella.
Había ordenado estrictamente a Gordon que no permitiera que Sierra se acercara a su despacho, pero seguía sintiéndose intranquilo.
Mientras seguía encerrado en su despacho, sin darse cuenta, ya había anochecido.
Al pensar que era momento de hacer una pausa, Alfred llamó a su mayordomo.
«¿Qué hay de esa chica?»
Mientras Gordon preparaba el té, Alfred, sin mostrar mucho interés pero por cortesía, preguntó por Sierra.
Ante la actitud de su amo, Gordon respondió con una mirada cálida.
«La señorita Sierra parece estar cansada por el largo viaje y ya está descansando.»
«Ya veo… si no recuerdo mal, el territorio de la Casa Kurufelt está en Vehl, al este.»
«Así es.»
Alfred visualizó un mapa en su mente.
El Reino de Vanzell estaba ubicado al norte del continente, y en su centro se encontraba la capital real, Vazell.
El territorio de la Casa Ducal de Besqueler se hallaba aún más al norte, por lo que, viniendo desde el este, desde Vehl, sin duda había una gran distancia.
Además, el camino hasta allí era bastante escabroso.
Para Alfred, acostumbrado a esas rutas, el viaje tomaría unos dos días, pero siguiendo caminos llanos y seguros, en carruaje, llevaría aproximadamente cinco días.
Para ella, tan frágil, ese trayecto debió de haber sido agotador.
Y siendo ciega, aún más.
(Aun así… la Casa de los Condes Kurufelt… ¿Es la hija de esa familia de músicos?)
El Reino de Vanzell, bajo la influencia de la fe, era un país donde florecían las artes como la música y la pintura.
En la capital había grandes teatros y museos, que siempre estaban muy concurridos.
A Alfred, que detestaba las multitudes, jamás se le ocurría acercarse a esos lugares.
Pero siendo hija de la Casa Kurufelt, era natural que Sierra estuviera en el centro de esa animada vida social.
Y es que la música de la Casa Kurufelt era considerada la mejor de todo el Reino de Vanzell.
Quien avalaba eso no era otro que el propio Zylac, por lo que su popularidad era realmente asombrosa.
(Así que por “favorita” se refería a eso…)
La Casa Kurufelt, por haber sido reconocida por la realeza por su talento, había recibido el título de Conde.
Verdaderamente, la Casa Kurufelt era una de las favoritas del rey.
Alfred, que había estado pensando que Sierra era tal vez una amante del rey, se sintió un poco aliviado.
Se decía que los miembros de la Casa Kurufelt recibían frecuentemente encargos personales de interpretación por parte del rey.
Seguramente por eso, Sierra se refería al rey Zylac con tanta familiaridad.
Pero entonces, ¿por qué, siendo una de sus favoritas, el rey había decidido casarla con Alfred?
De verdad… era imposible entender qué pasaba por la cabeza de ese rey.
«Señor Alfred, parece que está de buen humor.»
Ante las palabras de Gordon, Alfred abrió mucho los ojos.
«¿Eh?»
«Vaya. Me pareció que su boca se había relajado… pero parece que fue solo una equivocación mía.»
Gordon salió del despacho riendo, con su clásico «Ho ho ho».
Solo era que había confirmado que Sierra no era la amante del rey.
Eso era todo. Solo eso.
Por tan poco, su expresión no podía haberse suavizado.
Incluso a través de las vendas, Gordon era rápido para notar los cambios en el rostro de Alfred.
Pero de ahí a que Alfred pudiera reconocer sinceramente sus propios sentimientos… era otro asunto.
Sierra era una joven amable, que le sonreía con pureza incluso al Duque Vendado.
Seguramente había pasado momentos muy felices y crecido rodeada de mucho cariño.
Sentía que ella tenía todo lo que Alfred había perdido.
Tal vez por eso… Zylac quería que Alfred fuera feliz.
«Aun cuando… dejé la felicidad en el pasado…»
Alfred murmuró en voz baja, y extendió la mano hacia los documentos frente a él.
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