El matrimonio problemático del Duque vendado - Capítulo 29
Capítulo 29 – La contraofensiva de la novia
—Ahora entiendo por qué ese “Duque Vendado” la valora tanto. Es una mujer encantadora, sin duda.
—Mira esa piel tan tersa. Te dan ganas de tocarla, ¿no?
—El señor Mardial solo nos dijo que la vigiláramos. Un toque no le haría daño a nadie, ¿verdad?
Desde cierta distancia, se escuchaban las conversaciones de los hombres.
Sierra llevaba todo el tiempo fingiendo estar dormida, pero incluso sin verlos, las miradas lascivas que sentía de ellos le ponían la piel de gallina.
Aun así, todavía tenía esperanza.
A pesar de estar rodeada de hombres, el lugar donde estaba cautiva no le era desconocido.
Aunque el ruido causado por esos hombres rudos y torpes era evidente, reconocía el suelo y el aire.
Sin duda, era el salón de música de la casa ducal de Besqueler.
El mismo lugar donde ella cantaba a diario y pedía la bendición de Musearia.
Sierra creía firmemente que en ese lugar no le ocurriría nada malo.
Sin embargo, las palabras de uno de los hombres encendieron el entusiasmo del resto.
Sintió que más de ellos se acercaban.
Eran al menos seis presencias. No podía enfrentarlos sola. Pero si no se resistía, quién sabe lo que podrían hacerle.
(¡No quiero que nadie que no sea Lord Alfred me toque!)
Quizá porque era una mujer ciega, los hombres bajaron la guardia, y Sierra no estaba atada.
Si la rodeaban por completo, no tendría escapatoria.
Entonces, debía huir ahora.
—¡Eeeeeh!
Armándose de valor, Sierra corrió en dirección contraria a las presencias que se acercaban.
Pero al correr impulsivamente, tropezó con un obstáculo que no pudo percibir.
Las butacas del público, preparadas junto a los caballeros escoltas para el concierto.
Jamás imaginó que eso sellaría su ruta de escape.
—¡No la dejen escapar!
Escuchó pasos corriendo tras ella.
No había tiempo para dudar.
Lo primero que agarró para usar como arma fue, otra vez, una silla del público. Con toda su fuerza, comenzó a lanzarlas a ciegas hacia los hombres.
—¡Ugh! ¡¿Qué le pasa a esta mujer?! ¿De verdad no puede ver?
—¿No era una damisela frágil?
Había vivido amando con locura a Lord Alfred. Si no podía proteger al menos su propio cuerpo, ¿cómo podía siquiera soñar con estar a su lado?
Una doncella débil no podía ser esposa de un hombre rodeado de enemigos.
Lo importante era la determinación. Con decisión y amor, se podían superar la mayoría de los problemas.
Sierra se animaba a sí misma con pensamientos positivos.
—¡Jamás permitiré que me usen para herir a Lord Alfred!
Descargó su auténtica ira contra ellos.
Sin embargo, el número de sillas alrededor comenzaba a disminuir.
—Es hora de que te comportes.
—¡No quiero! ¡Yo solo me comporto cuando estoy en los brazos de Lord Alfred!
—¡Cállate!… ¡Recién casados presumidos! ¿Qué tiene ese vendado de bueno?
Tal vez alguno de ellos nunca había tenido trato con mujeres, pues su voz rebosaba de celos.
Y los demás empezaron a gritar comentarios similares.
—Ustedes, que solo saben herir a otros, nunca entenderán… lo que se siente al escuchar la voz grave de la persona que amas, el estremecimiento que provoca en el pecho, la emoción que vibra hasta los tímpanos…
Escuchar la voz suave de Alfred y estremecerse con cada palabra: así eran los días felices de Sierra.
Su ideal era compartir ese tipo de días con él por mucho tiempo, lentamente.
Pero ahora, los enemigos que querían dañar a Alfred estaban interfiriendo.
Quería que su voz fuera solo para ella.
¿Y si por culpa de estos hombres ya no podía volver a escuchar su voz grave?
Eso era algo que nunca podría perdonar.
Normalmente, Sierra sonreía con dulzura, tranquila. Pero ahora su rostro estaba torcido por la rabia.
—¿Eh…? ¿Voz grave?
—¿Tímpanos?
Los hombres no entendían lo que decía Sierra.
Pero gracias a eso, bajaron la guardia.
Sierra aprovechó la oportunidad para correr en dirección a lo que debía ser la puerta.
—Vaya, vaya. ¿A qué viene tanto juego?
Justo cuando pensaba que había llegado a la puerta, escuchó una voz que le heló la sangre.
Era la voz de Mardial. Y sus manos huesudas la sujetaron con fuerza del brazo.
Aun así, Sierra no gritó. Lo fulminó con la mirada.
—Esta es la casa ducal de Besqueler. ¡Los intrusos no son bienvenidos!
—Qué traviesa, a pesar de tu aspecto tan inocente.
El aliento helado del hombre rozó su mejilla. Repugnante.
Sierra giró el rostro con fuerza.
Pero él le tomó la barbilla y la obligó a mirarlo.
—¿Qué es lo que quieres? ¿Dinero? ¿Poder? ¿Fama?
Intentando desviar su atención, Sierra lanzó una tras otra las preguntas.
—Je, je je… Ya no me interesan cosas tan simples de obtener.
Al oír esas palabras, Sierra contuvo el aliento.
Mardial Beames.
Ese nombre… creía haberlo escuchado antes.
Sí, cuando preguntó sobre Lord Alfred a quienes lo rodeaban, alguien lo mencionó.
Apenas apareció el Duque Vendado en sociedad, hubo un marqués destituido de su título con ese nombre.
Como no parecía tener relación directa con Alfred, lo había olvidado.
(Pero esas no eran cosas fáciles de conseguir… ¿cierto?)
Tal vez cuando era marqués lo fueran, pero ahora, despojado de su título y de sus tierras, ya no.
Además, había escuchado que Mardial había muerto por enfermedad causada por el estrés.
Y sin embargo, allí estaba, un hombre que decía ser él.
Y decía que ya no le interesaban el dinero, el poder o la fama.
—Te lo dije, ¿no? Voy a eliminar al Duque Vendado y tomar todo lo que es suyo. Ya no me interesa nadie más que él.
—¿Qué piensas hacerle a Lord Alfred?
—Ese hombre provocó la “tragedia de la casa Besculet”, y para obtener su título se hizo pasar por Alfred. Tú, el rey, todos fueron engañados. Me arrebató todo. Por eso yo… debo quitárselo todo también.
Al escuchar eso, Sierra sintió una rabia intensa.
No sabía cuán herido estaba Lord Alfred por aquella tragedia de hace diez años.
Pero sí sabía que ese miedo a perder lo había detenido muchas veces.
Sabía que sus heridas aún no sanaban.
Y aun así, Mardial quería arrebatarle las pocas cosas importantes que le quedaban. Los lugares donde podía existir.
Eso no se lo perdonaría.
—¡Lord Alfred no es ningún impostor! ¿¡Qué sabes tú de él!?
Sierra apartó la mano de Mardial y lo fulminó con la mirada.
—Veo que realmente crees en él. Pero tú no eres más que una herramienta para hacerlo sufrir. ¿Qué podrías hacer tú?
—Yo protegeré a Lord Alfred. ¡No dejaré que le arrebates nada!
Sierra sonrió con firmeza. Mientras tuviera amor por él, no temía a nada.
Aunque él no correspondiera a sus sentimientos, eso no cambiaba el hecho de que la había guiado hacia la luz.
Por eso, para proteger a ese hombre amable, ella sería fuerte.
Eso pensaba… hasta que escuchó ese sonido, y las lágrimas le nublaron los ojos.
—Proteger a la esposa… es tarea del esposo, ¿no?
Esa voz grave y amada resonó en sus oídos y en su corazón.
La voz suave de Lord Alfred.
Y también, débilmente, se oía el tintinear de la campana que Sierra le había regalado.
Después del sonido de un golpe seco, se sintió la presencia de Alfred acercándose.
Sierra extendió su mano hacia ese sonido.
La mano que tomó la suya era la que había aprendido a reconocer hacía poco.
Y entonces, unos brazos firmes la rodearon con fuerza.
—De verdad, solo haces locuras… Me alegra que estés bien.
Abrazada por Lord Alfred, Sierra ya no pudo seguir fingiendo fortaleza.
Rodeada de hombres desconocidos, el miedo la había consumido.
Aun así, intentó mantenerse firme por él.
Pero al sentir su calor, ese esfuerzo se quebró por completo.
—Uuuh… Lord Alfred…
—Siento haberte hecho pasar tanto miedo. Pero ya estás a salvo.
Lord Alfred la envolvió con ternura mientras su cuerpo temblaba.
La sensación de seguridad la invadió, y las lágrimas comenzaron a correr sin parar por las mejillas de Sierra.
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