El matrimonio problemático del Duque vendado - Capítulo 24

Capítulo 24 – Reunión secreta con el rey

La primera vez que visitó el castillo real, se conmovió tanto que sus ojos se llenaron de lágrimas.

Una construcción perfectamente simétrica, planeada con minuciosidad. Una decoración lujosa que abrumaba a quien la viera.

Todo estaba unificado en un blanco puro, donde un ángel inocente, sin conocimiento de la impureza, sonreía.

Allí existía un arte único en el mundo.

El Palacio Vanzell, residencia de la familia real y centro del reino.

Ante su belleza, Alfred, que aún era un niño, sintió que el pecho se le llenaba de orgullo por la casa Besqueler y admiración por la técnica de sus antepasados.

Sin embargo, pasaron más de diez años y Alfred, ahora convertido en el “Duque Vendado”, ya no tenía tiempo para disfrutar de ese arte.

Cabalgó solo desde el Ducado Besqueler durante todo un día.

Llegó al Palacio Vanzell justo antes del amanecer.

El entorno aún estaba sumido en la penumbra.

Alfred se quitó las vendas y, con movimientos hábiles, trepó la puerta del castillo.

Esto también era resultado de su entrenamiento como espía del rey.

Se deslizó hasta el balcón de los aposentos privados de Su Majestad, a los que había acudido muchas veces, y con una expresión seria hizo una señal.

—Miau, miau, miau…

Era claramente una broma de Zylac, pero él cambiaba la señal cada vez que se veían.

Al principio era solo un golpe en la puerta, pero sus exigencias se desviaron hacia cosas cada vez más absurdas.

Después del perro, el cuervo y el cerdo, ahora la señal era imitar el maullido de un gato.

“Hazlo igual que un gato real para que los centinelas no se den cuenta”, dijo, así que Alfred, molesto, estudió los maullidos.

Un adulto, normalmente calmado y sereno, imitando a un gato… era humillante.

El viento fresco parecía burlarse de sus acciones, y Alfred estaba irritado por dentro.

(“Conociéndolo, no estaría durmiendo en una situación como esta”)

Pasó por varias habitaciones en su camino a la estancia del rey.

Los cuartos de invitados estaban llenos de nobles que deseaban que le quitaran el título a Alfred.

Incluso algunos nobles que participaban en los asuntos del gobierno decían que no trabajarían a menos que se le despojara del ducado.

También señalaban la responsabilidad del rey por haber aceptado a un impostor cinco años atrás.

Escuchando a escondidas a caballeros y doncellas, Alfred comprendió la situación y sintió una ira profunda.

En tal contexto, era imposible que Su Majestad, quien asumió toda la culpa, estuviera durmiendo tranquilamente.

Seguramente ya se estaba moviendo para arreglar la situación. Por eso, aunque Alfred maulló para darle la señal, no le abría la puerta. Debía ser una burla.

Y como prueba de ello, la figura de Zylac al otro lado de la ventana se estremecía.

Definitivamente se estaba riendo a carcajadas por los maullidos de Alfred.

Sintió el impulso de golpearlo, olvidando incluso su posición.

Pero se contuvo con esfuerzo y esperó a que se le pasara la risa.

—…Fuajaja, gracias por venir. Mi… puf… lindo gatito.

Finalmente se calmó y abrió la ventana.

Aunque aún parecía estar saboreando la risa.

Alfred lo fulminó con la mirada, indignado por el trato que recibía de este bromista.

Zylac no podía verlo, pero un poco de represalia estaba justificada.

Aunque al observarlo mejor, notó que Zylac, a quien no veía desde hacía meses, tenía un aspecto más cansado de lo esperado.

Sus ojos violetas seguían reflejando su diversión al burlarse de otros, pero su tez no era buena.

Su brillante cabello dorado apenas estaba atado de forma descuidada.

Aun así, su cuerpo, que no mostraba señales de envejecimiento, no parecía el de alguien de cincuenta y seis años.

—Vamos, siéntate. Hace mucho que no nos vemos, hablemos con calma.

Vestido con una pijama bordada en oro, el rey se recostó en el sofá.

Incluso le ofreció vino.

—Con el debido respeto, creo que deberíamos centrarnos en cómo lidiar con esos idiotas.

—Ah, eso no es problema. ¡Ya que tú estás aquí! ¡Yo ya estoy cansado!

Zylac soltó una carcajada alegre.

—¿Eh?

—No importa lo que yo diga, no me creen. Entonces no queda otra que tú mismo lo demuestres.

Con un cambio repentino en la atmósfera, sus ojos violetas, que no deberían poder verlo, lo miraban fijamente.

Sintiendo una vez más que este hombre era digno de cargar con el reino, Alfred se arrodilló.

Aunque pensaba que no lo veían, no podía evitar postrarse ante esa presencia dominante.

—Por mi culpa, le he causado muchas molestias. Mañana mismo me encargaré de silenciar a esos hombres.

—Cuento contigo.

Zylac volvió a su tono juguetón y se rió.

Y luego comenzó a sonreír con picardía.

Alfred sintió una desagradable premonición y quiso salir de la habitación de inmediato.

—Y bueno, ¿qué tal? ¿La vida de recién casado?

Lo sabía. Su corazonada había sido correcta.

—No hay nada… especial.

—¡No me digas! ¿Sierra no es increíblemente adorable?

—…Bueno, sí. Supongo que sí.

No quería que Zylac supiera sobre su ensueño mental.

Pero tampoco podía mentir y decir que Sierra no era linda.

Tras dudar qué hacer, decidió dar una respuesta ambigua con la mayor serenidad posible.

Pero al oír eso, los ojos de Zylac brillaron aún más.

—¡Ja! Has caído por completo. ¡Tú, que solías decir “no confío en nadie. Viviré solo”, y esas cosas. Me alegra!

Trajo a colación palabras que Alfred había dicho hace cinco años, e incluso las imitó mal, usando sus sentimientos como tema de conversación con el vino.

—Tú, tan sombrío como eres, seguro que piensas que no mereces ser feliz, y andas dejando de lado a Sierra, ¿verdad?

Eso era exactamente lo que hacía Alfred, y no supo qué responder.

Sin dejarle espacio para contraatacar, Zylac continuó:

—No puedes hacer eso. Luego no te quejes si ella te odia. Sierra era sorprendentemente popular entre los jóvenes nobles.

Ante esas palabras, la sien de Alfred se contrajo visiblemente.

Recordó la linda apariencia y la voz de Sierra.

Si los demás también habían visto eso… era imposible que los hombres no se sintieran atraídos.

—¿Hay hombres que intentan cortejarla…?

A pesar de estar frente al rey, la verdad se le escapó de los labios.

Quería masacrar a todos los que miraran a Sierra con malas intenciones.

En medio de ese pensamiento peligroso, oyó la risa de Zylac nuevamente.

—Pff, estás bien metido. Por esa actitud, seguro que la primera noche la forzaste a… ¡pff!

—Por favor, cállese.

Sin pensarlo, le metió la copa de vino en la boca a Zylac. La mancha roja en el pijama no importaba.

(Ni siquiera la he besado antes de la noche de bodas…)

Aunque sí la había empujado para intimidarla, o besado en la mejilla mientras dormía.

Solo con recordar su suave piel, Alfred quería volver cuanto antes a la mansión donde ella lo esperaba.

—¡¿Qué clase de actitud es esa hacia el rey?!

—Ya es hora de que los borrachos vayan a dormir.

—¡Yo no me emborracho tan fácilmente!

—Sí, sí. Entonces, hablemos de trabajo en vez de mi vida privada.

Cortando bruscamente la conversación sobre Sierra, Alfred extrajo información de Zylac sobre los nobles.

Una vez que memorizó toda la información y detectó los puntos en común, el sol ya había salido.

—Entonces, vuelve a entrar por la puerta principal la próxima vez.

Despedido por Zylac, Alfred volvió a salir por el balcón.