Capítulo 10 – La princesa maldita

—Yo también opino lo mismo. Entonces, ¿qué es lo que está ocurriendo alrededor de la princesa Isabella?

A la pregunta de Alfred, Edward respondió con una expresión amarga.

—Al principio no era nada grave. Cosas como que siempre llovía cuando Isabella salía, o que las flores que cuidaba se marchitaban. Eran cosas que podrían pasar en la vida diaria, simples coincidencias. Pero empezó a relacionarse con la “maldición de las brujas” del Reino de Vanzell cuando comenzaron a encontrarse con frecuencia cadáveres de animales como ratas y cuervos cerca de Isabella. Poco después, Isabella enfermó, y su doncella también cayó enferma. Bueno, ahora Isabella ya se ha recuperado…

—Pero, ¿todavía continúa?

—Sí. A pesar de que aumentamos la seguridad a su alrededor, sigue ocurriendo. No entiendo cómo lo están haciendo.

Si se encontraban cadáveres de animales frecuentemente alrededor de la princesa, era natural que se sintiera mal.

Lo del clima podría ser coincidencia, como decía Edward, pero lo de los cadáveres era evidente que alguien lo estaba provocando.

(No debería ser posible que la maldición de las brujas llegue al Reino de Ronatia… debería ser así…)

El mismo Alfred había sido convertido en invisible por una maldición de bruja.

La maldición de las brujas ciertamente existía.

Sin embargo, era algo limitado al “Bosque Maldito”.

El Bosque Maldito… un lugar donde descansaban las brujas que murieron llenas de odio y rencor hacia los humanos.

Las poderosas voluntades de las brujas se convertían en maldiciones que permanecían atadas a ese bosque.

En otras palabras, ese bosque mismo era lo que impedía que la maldición se extendiera.

—Yo no creo en cosas como maldiciones, pero ¿tú qué opinas? Eres del Reino de Vanzell, antaño llamado “el país cazador de brujas”, y tú mismo eres el llamado “duque vendado”. Me gustaría escuchar tu opinión sincera.

La sonrisa de Edward era afable, agradable, pero en el fondo tenía un matiz inquisitivo.

El “Bosque Maldito” era algo conocido también por el Reino de Ronatia.

Pero que allí habitara una verdadera maldición de brujas era algo que solo los miembros de la realeza del Reino de Vanzell y quienes habían entrado en ese lugar sabían.

Para todos los demás, la existencia de maldiciones de brujas no era más que superstición.

Simplemente lo consideraban una zona prohibida por orden del rey.

No debía decirlo a un extranjero.

Mucho menos a un país que, por miedo a la maldición de las brujas, estaba al borde de romper su compromiso y relaciones.

—Que al Reino de Vanzell se lo llamara “el país cazador de brujas” fue algo de hace siglos. Que las brujas existieran en el pasado puede ser, pero hoy en día no hay tal cosa como maldiciones de brujas. Y en cuanto a que me llamaban “el duque vendado”, fue por diversos asuntos personales… Aunque sí, se difundieron muchos rumores espeluznantes.

Alfred habló con calma y lentamente, cuidando de que su confusión interior no se notara.

—Ya veo. Me tranquiliza saber que el duque Besqueler opina igual que yo.

—Sin embargo, me preocupa lo que está ocurriendo alrededor de la princesa Isabella. Para demostrar que el Reino de Vanzell no está involucrado, ¿me permitiría investigar por mi cuenta?

—Por supuesto, esa era mi intención desde el principio. Si no recuerdo mal, tu encantadora esposa tiene la misma edad que Isabella, ¿verdad?

Era un alivio contar con la aprobación del príncipe para la investigación, pero el hecho de que ahora se mencionara a Sierra le daba un mal presentimiento.

—Me gustaría que la duquesa Besqueler se hiciera amiga de Isabella. Mi hermana no tiene amigas de su misma edad.

Al tratarse de una solicitud directa del príncipe del Reino de Ronatia, no había manera de rechazarla.

(¿Podré pasar siquiera una dulce luna de miel con Sierra…?)

En verdad, la realeza era una especie que sabía usar a la gente a su antojo mientras sonreía.

Albergando ese prejuicio en su pecho, Alfred asintió.

Y así, Edward, con una sonrisa aún en el rostro, volvió a servir vino.

La noche todavía era larga.