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Capítulo 18 – Por mi querido esposo
—¡Estoy pensando en organizar un concierto!
Con una sonrisa radiante, Sierra lo declaró a su doncella.
—¿Un concierto…?
Ante la desconcertada Melina, Sierra asintió sonriendo.
—¡Sí! Quiero invitar a los habitantes del territorio de Liebert. Quiero hacer algo para que Lord Alfred y los pobladores se acerquen un poco más.
Quería que Alfred supiera cuánto lo apreciaban sus súbditos.
Y también quería que las personas que siempre se habían preocupado por él pudieran ver su figura.
—¡Señorita Sierra…! Entendido. Yo hablaré con el señor Gordon y me encargaré de que preparen el lugar. Por favor, usted obtenga el permiso de Lord Alfred.
Melina, que siempre se preocupaba por Sierra, pero respetaba su voluntad, asintió con decisión.
Sierra también asintió, renovando su determinación.
—¡Haré un concierto tan maravilloso que tanto Lord Alfred como los habitantes puedan disfrutar…!
Sierra había tenido un sueño feliz envuelta en el calor de él.
Un sueño en el que ambos cantaban juntos bajo un cielo brillante.
Sierra quería hacer realidad ese sueño.
Quería que Alfred disfrutara de vivir.
Y lo único que podía hacer ella para lograrlo era cantar.
La música atrae el corazón de las personas.
Una canción amable genera sentimientos amables.
Una canción alegre provoca alegría.
Una canción feliz transmite felicidad.
Sierra quería cantar por Alfred y por los habitantes a quienes él apreciaba.
La noche anterior, Sierra sentía que finalmente había logrado acercarse un poco más al corazón de Alfred.
Él ya no la rechazaba.
Prueba de ello era que, cuando Sierra despertó, aún quedaba el calor de Alfred cerca.
Todavía no podía olvidar la sensación de sus brazos que la abrazaron ni de la mano que acarició su cabeza.
Y tampoco aquella voz amorosa que la llamó su “novia”.
Solo de recordarlo, un escalofrío dulce recorría su espalda.
Seguramente sus orejas estaban completamente rojas.
(Quiero acercarme aún más a Lord Alfred…)
Mientras trataba de enfriar sus mejillas calientes, alguien llamó a la puerta.
Al escuchar ese sonido, el corazón de Sierra empezó a latir más rápido.
—¿Puedo entrar?
La voz de su querido esposo se oyó a través de la puerta.
Sierra, embelesada al escucharlo, no pudo responder de inmediato.
Melina, apresurada, contestó por ella:
—¡S-sí! ¡Adelante, por favor!
Un momento después de la respuesta de Melina, Alfred abrió la puerta.
Nada más entrar en la habitación, Alfred se dirigió directo hacia el sofá donde estaba sentada Sierra.
Por el sonido de los pasos, pudo saber que Melina, teniendo tacto, salió rápidamente de la habitación.
—Tu rostro está rojo, ¿te sientes mal?
—N-No… Solo… me preguntaba si no era un sueño…
Que Alfred, justo después de lo de ayer, hubiera venido a verla, la ponía tan feliz que no podía expresar bien las palabras.
Pero mantener esa distancia entre ellos era desesperante para Sierra, así que extendió la mano sin pensarlo.
Hubo un breve momento de duda, pero enseguida la mano vendada de Alfred envolvió con suavidad la mano de Sierra.
Y así, sin soltarle la mano, Alfred se sentó a su lado.
—En realidad… tengo algo que decirte.
Al oír esas palabras tan directas, Sierra asintió, preguntándose de qué se trataría.
—No es bueno dejarte sola. Por eso, he decidido asignarte un escolta.
—¿Ha-Hay algún problema…?
Durante esta última semana, no había habido ningún motivo que hiciera pensar que necesitara protección.
Sierra inclinó la cabeza, desconcertada.
—Sí. Si de verdad te importa mi bienestar, acéptalo.
No le explicó en qué consistía el problema, solo le dijo que lo aceptara por su bien.
—Eso es injusto. Diciéndolo así… no hay forma de que pueda rechazarlo…
Protestó haciendo un pequeño puchero, y de repente sintió cómo la presencia de Alfred se acercaba aún más.
Entonces, a través de las vendas, sus manos envolvieron ambas mejillas de Sierra.
—Aunque pongas esa carita tan adorable… no cambiaré de opinión.
Las mejillas, que ya estaban sonrojadas por culpa de Alfred, se calentaron aún más.
Que le susurrara esas palabras dulces con esa voz grave que golpeaba directo al corazón… era totalmente trampa.
El cambio repentino de Alfred era tan abrumador que Sierra no podía seguirle el ritmo.
Sin poder evitarlo, su cuerpo se desplomó sobre el pecho de Alfred.
Había sido completamente vencida por su voz profunda y sus dulces palabras.
—¿Te sientes mal?
La preocupada voz de Alfred llegó a sus oídos, y aún más, las fuerzas abandonaron el cuerpo de Sierra.
(Uuuh… ¡Es culpa de Lord Alfred!)
Mientras se dejaba caer sin fuerzas en brazos de Alfred, Sierra gritaba en su interior.
Pero, por supuesto, ese grito no iba a llegarle a él.
Y poco a poco, al recuperar la compostura, se dio cuenta de lo increíblemente vergonzosa que era esa posición.